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La Guerra Comercial de los Alimentos: Un plato fuerte, un lugar en el futuro

Muchas veces, la tarea periodística se sitúa en la cresta de conflictos que pueden venir a caballo de posturas ideológicas, intereses económicos, sectoriales, corporativos o simplemente cuestiones de índole personal. En el caso particular de esta nota de tapa asoman varios conflictos, pero hay uno que recurrentemente aparece en los grandes foros internacionales con competencia sobre temas puntuales como cambio climático o, en este caso, biodiversidad. Los Estados Unidos y Europa libran otra batalla, esta vez en el campo de los alimentos, la última actividad que entra en recesión cualquierasea la geografía, sistema político o económico del que se trate. Pero ocurre también que este es un sector estratégico para la Argentina, convertida en testigo calificado de una carrera que recien comienza.

Con anterioridad a la cumbre de Rio, celebrada en 1992, distintos organismos del Sistema Naciones Unidas como la UNICEF, la Organización Mundial de la Salud y, principalmente, la FAO -el bureau encargado de monitorear la agricultura y la alimentación- alertarona la comunidad internacional sobre la peligrosa evolución de dos curvas cuyo desarrollo aislado puede terminar siendo explosivo: el crecimiento demográfico y la producción de alimentos.

Los representantes gubernamentales y expertos reunidos en la ciudad carioca, regresaron con sus equipajes cargados de nuevas preocupaciones al respecto. A las cuestiones iniciales, se agregaban ahora otras dos de no menor importancia estratégica: la creciente pérdida de tierras cultivables y el estado crítico de los recursos hídricos. El reto estaba instalado y se proyecta hoy sobre la agenda de los países: cómo garantizar comidapara una población mundial en constante aumento.

En la actualidad, la oferta mundial de alimentos es de unos 5 billones de kilocalorías anuales (kcal/año), y segúnlos cálculos de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), esta masa alimenticia podrá cubrir e incluso superar los casi 11 billones de kcal/año que demandarán los habitantes del planeta en el 2025, gracias al salto biotecnológico. La estimación surge de aislar la incidencia de los factores que llevarían la oferta a niveles óptimos. La FOAestima que tras una pérdida de tierra arable y por efecto de la conversión de áreas, el aumento de la producción se dará en un 40%, debido al uso de agroquímicos, fertilizantes y tecnologías aplicadas al campo como el riego o la siembra directa. Esta última ha sido presentada durante la última Convención de Cambio Climático como una formidable herramienta para retener carbono en los suelos, evitando así su emisión a la atmósfera ysu acumulación estratosférica, sindicada como uno de los principales responsables del calentamiento global. Otro 30% de ese salto obedecería al fitomejoramiento tradicional. Por último, la adopción de biotecnología generaría sólo un 20% del incremento de la producción. De todas maneras, sin esta solución, no se llegaría a cubrir los requerimientos alimenticios.

El director del Comité de Biotecnología de ASA, Juan Kikebusch, afirma que “la biotecnología será sólo una herramienta más para llegar a cubrir las demandas de mayor cantidad de alimentos. La industria agroquímica disminuirá desde el punto de vista clásico, porque ya hoy la mayor inversión de esas empresas está orientada hacia la biotecnología, para hacer productos menos agresivos hacia el medio ambiente y más focalizados”.

Los agroquímicos constituyen uno de los responsables de la contaminación de las aguas, tanto subterráneas como superficiales. La desaceleración de su uso redundará en una sensible mejoría en la calidad de los cursos hídricos, otro de los factores esenciales para asegurar la sostenibilidad de los escenarios agrícolas. El propio Kikebusch lo señalacon claridad: “El maíz dulce que hoy se vende en el Mercado Central del área metropolitana, probablemente tenga seis o más aplicaciones de insecticida. Con la tecnología bacillus thurigiensis (Bt), se necesitarán sólo una o dos aplicaciones”.

En Estados Unidos ya se emplea la tecnología Bt para atacar al principal enemigo del maíz dulce, un insecto llamado barrenador del tallo. Gracias a este método, los productores norteamericanos de maíz -primeros en el mundo- son más competitivos que los argentinos en el mercado internacional. Esta diferencia representa unos 1.500 millones de dólares en favor de la balanza comercial estadounidense. De la producción maicera argentina, sólo el 1% es de origen transgénico, cifra que difiere ostensiblemente con las que exhibe el sector sojero, con un 80% de producción transgénica. En este terreno, Argentina es el segundo productor mundial.

TECNOLOGIAS, MERCADOS Y MEDIO AMBIENTE

Desde cualquier ángulo que se lo mire, el sector alimenticio representa un enclave estratégico no sólo para el mercado interno: cuántas veces se escucha ese lugar común que decreta que lo último que dejará de hacer el consumidor es comer. En el mapa internacional del nuevo orden (ése que no escatima el uso de la fuerza para garantizar la vigencia de las grandes rutas del petróleo y la energía), hay un sitio estratégico también para las regiones proveedoras de alimentos e insumos que permitan la obtención de éstos.

Las grandes corporaciones trasnacionales advirtieron esto desde hace ya algún tiempo y han actuado en consecuencia. Megacompañías de la denominada industria sucia del primer mundo, comenzaron hace años un profundo proceso de diversificación cuyo norte predilecto se sitúa en la industria alimenticia. En esa lista se encuentran firmas como Philip Morris, Procter & Gamble o la misma Unilever, con fuertes inversiones en la industria de la alimentación.

En nuestro medio, la apertura de la economía y la consiguiente inserción del país en los mercados internacionales y regionales como el Mercosur, impulsó un proceso similar de diversificación de inversiones por parte de compañías locales como el grupo Macri o el propio Pérez Companc, quienes van paulatinamente transfiriendo activos financieros desde sectores como la construcción o el petróleo haciala actividad alimenticia. En la región, un paradigma de estos cambios lo ofrece la economía chilena, cuyo sector externo hasta fines de la década de los `70 basaba su fortaleza en la minería. En la actualidad el sector exportador del país trasandino está liderado por la agresiva industria frutihortícola, que acaba de cerrar un acuerdo para transferencia de tecnología con Brasil.

La Argentina ya no es “el granero del mundo”, pero mantiene ventajas competitivas que muchas veces desconocen sus propios dirigentes. No obstante, algunas luces comienzan a alumbrar el camino a seguir. La erradicación de la aftosa no sólo permitió recuperar mercados internacionales, sino abrir otros nuevos como los asiáticos. Además, y tal comose reseña en esta misma edición en la cobertura especial sobre trazabilidad (ver sección Calidad & Medio Ambiente), el ganado argentino tiene la oportunidad histórica de acceder a mayores cuotas de penetración en exigentes mercados internacionales, si aprovecha la infraestructura localde la lucha contra la aftosa para instrumentar una red informativa. Esto permitiría seguir la ruta del ganado y certificar con niveles internacionales el origen de la carne, para ofrecerla a mercados como el europeo, hipersensibilizado por el síndromede “la vaca loca”.

CARTAGENA, LECCIONES APRENDIDAS

Paralelamente al desarrollo de los productos transgénicos, fue creciendo un movimiento opuesto a la utilización de estas tecnologías, cuyo epicentro reconoce su existencia en los países de la Unión Europea, quienes han fijado regulaciones muy importantes al ingreso y comercialización de productos elaborados a partir de insumos modificados genéticamente.

Los países europeos se niegan a flexibilizar estas posturas, hasta tanto la comunidad de naciones no firme un compromiso para establecer aranceles diferenciados al comercio internacional de organismos vivos, modificados genéticamente. Este fue el eje de la fallida intentona que se registró a comienzos de año en Cartagena, durante la Convención de Biodiversidad, en la que el bloque europeo no logro torcer el brazo del denominado grupo Miami, conformado por Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay, Canadá y Australia. En este grupo están nada menos que los países que producen el 85% de los granos que se consumen en el mundo, con un 90% de productos transgénicos entre soja y maíz.

Para Carmen Vicien, funcionaria de la Dirección Nacional de Agricultura, “el interés del bloque europeo en aprovechar el evento para introducir trabas comerciales a los países agroexportadores, se reflejó cuando intentaron excluir a la industria farmacéutica que obviamente no está fuera de los organismos genéticamente modificados, pero que tiene un importantísimo desarrollo en el viejo continente”. En igual dirección se expresó Arturo Martínez, principal asesor en la Cancillería argentina de la misión oficial que representó al país en Cartagena y que presidió la embajadora Elsa Kelly: “El punto clave de la discusión en Cartagena fue qué tipo de organismos debían incluirse en el protocolo. Se incluyeron organismos modificados vivos destinados a consumo humano, lo que culminaría en un perjuicio al comercio argentino”. Para el mismo funcionario del servicio exterior, “la Argentina entiende que los transgénicos para multiplicación (cultivo y reproducción) sí deben ser incluidos. Pero no corresponde al ámbito de bioseguridad incluir los organismos vivos modificados genéticamente, que sean para alimentación”.

Por su parte, Esteban Hopp, investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), quien participó de las negociaciones en la Convención de Cartagena, señala que “la salud humana no es parte de la biodiversidad, porque el hombre no es parte de la biodiversidad sino el elemento que la amenaza. Separemos lo que es bioseguridad alimentaria de lo que es bioseguridad ambiental. En Cartagena, la posición de los países productores agrícolas sostuvo que los temas de salud humana deben ser tratados en otros foros comola FAO o la Organización Mundial de la Salud. Con esto se buscó que no se mezclaran las cosas y que de allí no saliera un documento que sirviera de excusa a algunos países, como los europeos, para desconocer otros acuerdos específicos como los del GATT.”

Si las naciones del viejo mundo no incluyen dentro de sus preocupaciones en materia de bioseguridad a la poderosa industria farmacéutica, evidentemente hay una disimulada pretensión para establecer una nueva barrera aduanera, más que una inquietud genuinamente ambiental. Algunas fuentes del sector privado -incluidas empresas con su casa central asentada en Europa- creen advertir además una desesperada carrera del sector agrícola europeo, seguramente sabedor de que sus pares del grupo Miami han sacado una distanciad ifícil de descontar. “Tantos años de subsidios al campo, no han generado otra cosa que un atraso en los niveles de competitividad de los productores europeos. Por algún lado tienen que ensayar una respuesta que no los ponga en evidencia”, manifiesta un gerente de una compañía que, a pesarde pertenecer a aquél bloque, está lanzada a profundizar sus desarrollos en biotecnología.

 

© Ecología & Negocios – 1999 Investigación: Manuel Korn y Elisabeth Petruskevicius

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