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La industria textil india apuesta por técnicas tradicionales

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La industria del algodón en India contamina los ríos y el medioambiente y sus trabajadores suelen estar mal pagados. Los telares manuales tradicionales y los pigmentos naturales podrían marcar la diferencia.

En la aldea de Chithode, en Tamil Nadu, el aire se llena con el canto del miná sagrado, un ave, y el chasquido de los telares. Dos mujeres, vestidas con saris, utilizan una rueca para hilar manualmente fibras textiles, que luego se enrollan en una pequeña bobina. Asimismo, siete hombres emplean lanzaderas de madera para tramar los hilos entre los de la urdimbre y tejer alguna tela, accionando los pedales de forma sincronizada.

Thamaraikannan es uno de ellos. El joven, de 23 años, teje con precisión un hilo de color azul cielo. “Vengo de una familia de tejedores de Erode, así que crecí entre hilos y telares”, dice.

Como es habitual en la zona, su familia tiene un tharikuzhi, o telar de fosa, empotrado en el suelo, donde tejen saris de seda. Pero la pandemia ha sido mala para el negocio, así que Thamaraikannan ha venido a Oshadi a trabajar el algodón. La iniciativa “de la semilla al armario” tiene lugar en un centro textil del sur de India, en Erode, donde toda la cadena de suministro es sostenible y el algodón es orgánico.

No ha sido el único. Thamaraikannan afirma que se ha producido un éxodo masivo de la industria artesanal a las fábricas textiles comerciales y a las curtidurías de Erode. Las tejedoras caseras, en su mayoría mujeres mayores, no ganan lo suficiente para llegar a fin de mes.

Nishanth Chopra, el empresario de 26 años que está detrás de Oshadi, se crió en Erode, “entre textiles, cuero y especias”. Cuando creó su marca de ropa femenina en 2016, empezó a cuestionarse el trato que la industria daba a sus trabajadores, así como al medioambiente.

Los trabajadores del sector textil indio no solo están mal pagados, sino que el cultivo del algodón en India consume enormes volúmenes de agua, y los campos dedicados al monocultivo agotan los nutrientes del suelo. Los tintes químicos, por su parte, contaminan los ríos y las aguas subterráneas. Y aunque solo el 5 por ciento de las tierras cultivables se destinan al algodón, este segmento supone el 55 por ciento del gasto del país en pesticidas agrícolas.

Así que Chopra empezó a replantearse toda la cadena de valor, paso a paso.

De la semilla al telar

Al principio, trabajó con una cooperativa de tejedores de telares manuales, pero descubrió que menos de la mitad de lo que pagaba por el tejido iba a parar a los trabajadores.

“Tuve que encontrar otras formas de pagar a los tejedores un salario justo”, dice. Así que empezó a trabajar directamente con ellos, apoyando a los artesanos más destacados e invirtiendo en sus telares.

El siguiente paso fue conseguir que sus tintoreros cambiaran a tintes naturales. Él mismo obtenía y proporcionaba los tintes y garantizaba la compra del hilo a un precio superior.

En cuanto al algodón, que es el punto de partida, Oshadi ayuda a los agricultores a pasar del monocultivo a la agricultura ecológica y regenerativa. Según Chopra, se trata simplemente de regresar a los métodos de cultivo tradicionales en India.

Una de sus granjas asociadas está en Kaanchi Kovil, no muy lejos de donde se teje el algodón que produce en Erode. Entre las plantas de algodón se cultiva soja verde y frijol negro para enriquecer el suelo. Asimismo, se coloca ricino en los bordes. “Utilizamos estas plantas como sistema de alerta de plagas”, explica el director de la granja, Sivashankar. “Normalmente, las plagas del algodón atacan primero a las hojas de ricino. Eso nos indica que es el momento de usar nuestros pesticidas orgánicos”.

Tamil Selvi, un experimentado agricultor que está recibiendo formación de Oshadi para pasarse a los métodos orgánicos, señala que una fórmula de extractos de jengibre, ajo y ají verde aleja a las cochinillas y otras plagas (conocido como “3G”, por sus siglas en inglés). Por otro lado, los cultivos mixtos con especies picantes o amargas como el neem (o nimbo de India), la Calotropis (conocida como flor de la corona) o la adhatoda de Ceilán disuaden al ganado de pastar donde no debe.

“Durante 20 años he cultivado algodón convencional y he intentado pasarme a la agricultura ecológica sin mucho éxito”, relata Selvi. “Pero ahora he aprendido cómo trabajar con el suelo”, explica.

Khadi: tras el rastro del tejido indio

El empresario Ananthoo llevaba algún tiempo en el negocio de la alimentación ecológica en el sur de India. En 2014, la alarmante tasa de suicidios entre los cultivadores de algodón lo impulsó a crear la marca de ropa ecológica Tula.

Primero se propuso conocer mejor el sector. “No sabíamos qué hacer con el algodón, así que lo primero que hicimos fue recorrer la ‘ruta del khadi’ por todo el país”.

El khadi es una tela india hilada y tejida a mano. Durante la lucha por la independencia de India, líderes políticos como Mahatma Gandhi la promovieron como alternativa a los tejidos importados de los gobernantes británicos, y como una vía de autosuficiencia económica que podía ayudar a la unión de los pueblos indios frente al dominio colonial.

Pero incluso en 1908, cuando Gandhi propuso el khadi como “panacea para la creciente pobreza en India”, confesó que le resultaba difícil encontrar artesanos que supieran manejar los telares manuales y las ruecas tradicionales.

Un siglo más tarde, Ananthoo viajó de pueblo en pueblo y descubrió que las fábricas comerciales prácticamente habían expulsado de la industria a los telares manuales, dejando a los tejedores en la pobreza. “Por todas partes, los artesanos nos decían que eran los últimos de su familia en tejer en telares manuales”, explica. “En lugar de crear nuestras propias unidades, decidimos trabajar con estos negocios de khadi en decadencia y ofrecerles una mejor remuneración”, explica.

Al igual que Oshadi, Tula apoya a los agricultores para que cambien al cultivo de algodón orgánico y local. Según Ananthoo, es más resistente a las cambiantes condiciones climáticas y soporta períodos de sequía, así como lluvias irregulares.

“Ahora proporcionamos un medio de vida a casi 100 personas en nuestra cadena de valor sostenible, desde la semilla hasta el tejido”, afirma Ananthoo.

Inspirando movimientos locales

Toda esta inversión en mano de obra artesana y producción sostenible es costosa. Ananthoo afirma que los tejidos de Tula cuestan casi diez veces más que los producidos industrialmente.

Los productos de Oshadi también son caros. Las prendas acabadas se venden por unos 90 euros (unas 8.000 rupias). La clientela es principalmente extranjera. Tula, en cambio, renuncia a exportar sus productos por la huella medioambiental que supone.

El objetivo no es hacer crecer el negocio, sino establecer una tendencia hacia más operaciones pequeñas y descentralizadas, según Ananthoo. “Tula no necesita expandirse en un conglomerado mayor”, dice. “Esperamos ser una inspiración para muchos pequeños movimientos locales: cadenas de valor en toda India, que apoyen las economías rurales y sean conscientes del medioambiente”, explica.

Reviviendo la tradición por el bien de los ríos

C. Sivagurunathan solía trabajar en Bengaluru en la industria de la informática. “Mi sueño era comprar un BMW”, recuerda. Pero leyendo un ensayo sobre el agua virtual, la cantidad de agua realmente utilizada para fabricar un producto, no pudo evitar pensar en el moribundo río Noyyal que atraviesa su pueblo.

El Noyyal atraviesa los distritos de Tiruppur, Erode y Karur, todos ellos con centros textiles que lanzan al agua vertidos contaminados con sustancias químicas tóxicas. Sivagurunathan ha visto cómo el río se contamina y cómo las tierras de cultivo que riega se vuelven estériles.

Procedente de una familia de tejedores, decidió fundar una sociedad de tejedores de telares manules llamado Nurpu. Quería demostrar que se podían fabricar productos textiles sin causar semejantes daños.

Sivagurunathan empezó vendiendo telas sin blanquear ni teñir, pero no le fue bien. Ahora está probando tintes naturales en algodón orgánico y promoviendo los tejidos sin blanquear para artículos como las toallas. Al igual que Tula, Nurpu se centra en el mercado indio y vende productos en dos gamas de precios diferentes. El segmento de lujo ayuda a pagar mejor a los trabajadores cualificados.

Un día, a Sivagurunathan le gustaría financiar un museo “donde un niño pueda ver cómo las semillas acaban convirtiéndose en tela”.

Ya no anhela ese BMW, que consume gasolina. Dado que el cambio climático ya está presionando a los agricultores indios, cree que recuperar las tecnologías preindustriales es el camino a seguir.

“Creo que el telar manual es la tecnología del futuro, ya que solo depende de la energía humana”, concluye.

Autora: Catherine Gilon
Fuente: dw.com/es/

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