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Frente al bioterrorismo Los desafíos de la bioseguridad en Argentina

Por Gustavo Fernández Protomastro*

Los atentados fundamentalistas del 11 de septiembre, sumados a los recientes casos de ántrax (Bacillus anthrasis) en Miami, han puesto sobre el tapete internacional la necesidad de plantear escenarios y respuestas eficaces frente a una hipotética respuesta y control de un ataque con armas biológicas e, inclusive, la erradicación de algunas epidemias que aún hoy afectan tanto la seguridad y bienestar humanos como la sanidad de sus cosechas y ganados.

Surgen algunas preguntas clave: ¿está la Argentina preparada para responder a esta nueva amenaza del bioterrorismo?, ¿Qué escenarios deberían plantearse las autoridades políticas y sanitarias del país? Las autoridades públicas o la empresa privada, ¿está preparada para responder con eficacia frente a la amenaza de virus, bacterias u hongos patógenos? O ¿Puede Argentina garantizarle al mundo que sus exportaciones agroalimentarias, más del 60 % de sus ventas al exterior, no conllevan un riesgo para consumidores atemorizados como los norteamericanos y europeos?

La guerra biológica consiste en el uso de organismos vivos con fines militares. A lo largo de la historia se las usó con diversos fines. A diferencia de las armas convencionales y las químicas, las biológicas pueden mutar, reproducirse, multiplicarse y diseminarse por una amplia extensión geográfica, transmitidas por el viento, el agua, los insectos, los animales o las propias personas. Una vez diseminados, estos organismos pueden ocupar nichos de los ecosistemas y conservarse latentes.

Un estudio realizado por la Oficina de Evaluación Tecnológica de Estados Unidos en 1993 determinó que “la liberación sobre Washington, desde un avión, de sólo 100 kilos de esporas de ántrax matarían a 3 millones de personas” (1). Por ello, la gran potencia se ha tomado esta amenaza muy en serio y hoy cuenta con dispositivos de control y respuesta activados. Pero qué pasa con el resto del mundo y especialmente Argentina. ¿A alguien le alertaría ver sobrevolar Buenos Aires o Rosario una avioneta de fumigación…

Los agentes biológicos

Además del “popular” ántrax, existen diversos agentes biológicos corrientes que pueden ser usados por bioterroristas: la Yersinia pestis (la peste), la tularemia, la fiebre del Valle de la Falla, la Coxiella burnetii (fiebre Q), la encefalitis equina oriental y la viruela. Por otro lado, se podría provocar un severo daño en la economía de la Unión Europea o de Estados Unidos diseminando virus del ganado como el causante de nuestra costosa fiebre aftosa o la fiebre porcina clásica.

Lo que más preocupa a los Estados Unidos, según el propio Departamento de Defensa (Programa de Defensa Biológica, Reporte al Congreso 1996), son “las potentes toxinas de las que hasta este momento se disponía sólo en cantidades minúsculas, y sólo tras extraerlas de cantidades inmensas de materiales biológicos, pueden ahora prepararse en cantidades industriales tras un período de desarrollo más bien corto. El proceso consiste en la identificación de los genes que codifican la molécula deseada y en la transferencia de la secuencia a un microorganismo receptivo, que de esa forma resulta capaz de producir la sustancia tóxica. Se puede así disponer, con un coste más bien bajo, de grandes cantidades de armas biológicas”(2).

Aunque hay un hecho de debe ser tenido en cuenta: lo más difícil en la guerra biológica es la “activación” de estos microorganismos y la logística de dispersión. Esta no es una tarea menor ya que habría que conseguir los agentes patógenos, cultivarlos en grandes cantidades (lleva tiempo y cuidados extremos para que el operador no se contagie). Finalmente lo más difícil según los expertos, es convertirlos en una forma que continúen manteniendo su virulencia, que sea fácil de manipular y de diseminar. Además cuando estos agentes patógenos son diseminados en el ambiente deben encontrar un “medio” adecuado para su supervivencia hasta cumplir con el “objetivo” previsto (humedad, temperatura, viento, luz solar, etc.). Una cosa es manipular bacterias y virus en laboratorio y otra muy distinta es usarlos en guerras biológicas.

No obstante uno puede preguntarse si existen en Argentina relevamientos adecuados sobre los antecedentes e investigaciones de los laboratorios de biotecnología en operación, o sin ir más lejos, un conocimiento actualizado de los trabajos de aerofumigación. No debemos olvidar que quienes se dediquean a actividades delictivas no estarán solicitando registros, permisos o validaciones a las autoridades sanitarias del país.

Argentina frente a la bioamenaza

Las bases de la defensa frente al bioterrorismo son tres: alerta temprana, preparación ciudadana y disponer de redes sanitarias con antitoxinas contra los distintos agentes biológicos:

* Alerta temprana: para ello se deben contar con personal capacitado en las fronteras y redes de vigilancia epidemiológicas. Es imprescindible gestionar en Israel y Estados Unidos la capacitación para responder frente a los agentes del bioterrorismo (biosensores, test de detección inmediata, etc.). Recursos humanos no faltan y antecedentes existen a nivel fitosanitarios y zoosanitario. Recordemos que la Argentina tiene una experiencia en la lucha de diversos microorganismos patógenos que afectan tanto su producción animal (aftosa) como la vegetal (cancro del limón). Asimismo, existen diversos modelos epidemiológicos y estrategias (aislamiento en anillo, etc.) desarrollados para hacer el seguimiento de patógenos tanto humanos como animales, habiéndose creado redes específicas para su control, seguimiento y erradicación.

* Preparación ciudadana: Sobre la base de las estrategias para la alerta temprana y la respuesta inmediata ante un alerta, se puede proceder a la capacitación ciudadana, mediante el uso de los medios masivos de comunicación, a fin de informar cómo se debe actuar ante una crisis epidemiológica generada por un presunto ataque bioterrorista. Esta hipótesis debe ser asumida con criterio por los políticos y los medios de comunicación con seriedad. Las personas deben ser capacitadas sobre medidas tanto inmediatas como mediatas frente a episodios de esta índole: evacuación de edificios, aislamiento en hogares, uso de medios radiales para información, control del pánico, distribución de antitoxinas, etc.

* Redes sanitarias adecuadas: Finalmente, las autoridades sanitarias y Cancillería deberán gestionar el acceso a antídotos contra los agentes de la guerra biológica. Estados Unidos y los centros de investigación públicos o privados de todo el mundo deberán facilitar un banco de medicamentos y material sanitarios apropiados para el tratamiento de focos de infección. Asimismo, los hospitales nacionales y las fuerzas de seguridad deberán contar con personal capacitado y medios para dar respuesta a estos biorriesgos.

La peor actitud frente a bioterrorismo es la indiferencia. Las autoridades pueden hoy, con muy bajo costo, comenzar a realizar modelos de simulación, ejercicios de evacuación y control en edificios, acopio de antídotos y material de respuesta, o bien, realizar pedidos a las autoridades norteamericanas para que se faciliten herramientas para combatir al bioterrorismo. Por otro lado, las autoridades sanitarias y fuerzas de seguridad deberán estudiar las iniciativas privadas en la lucha contra elementos epidemiológicos (naturales), como por ejemplo las Fundaciones de Lucha contra la Fiebre Aftosa, que han permitido dar soluciones a problemas pero que pueden adaptarse contra la amenaza del bioterrorismo.

Por último la población también deberá tomar conciencia que enfrenta una nueva y peligrosa amenaza, donde lo más importante es mantener la calma. Pero no por ello dejar de actuar con la debida responsabilidad denunciando de inmediato movimientos o acciones sospechosas. Piénsese que cualquier acción terrorista de cierta envergadura necesita un fuerte apoyo logístico local. Seguramente quienes actuarán serán extranjeros ajenos al idioma, las costumbres y la idiosincrasia, todas ellas características detectables por un observador atento.

(1) y (2) Citas textuales del libro El Siglo de la Biotecnología de Jeremy Rifkin, 2000.
*Licenciado en Biología, Máster en Ingeniería y Gestión Ambiental

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