El Suelo, en Terapia Intensiva
Hacía una tierra menos agredida y rumbo a la autosuficiencia alimentaria, las sendas que conducen a una agricultura sostenible dejaron de ser una utopia
Soporte de la existencia y de la producción alimentaria, el suelo parece llegar a las puertas de la terapia intensiva. En el mundo hay 1.700 millones de hectáreas de tierras cultivables, pero extensas superficies están amenazadas por el implacable avance de la erosión y la pérdida de nutrientes. Esto no sucede por casualidad.
En medio siglo, un sistema agrícola extractivo y abundante en agroquímicos minó el sostén de la fertilidad necesaria para cultivar especies vegetales y criar animales. Y también sacó al campesinado de sus tierras, arrancándoles incluso sus culturas y la generosa biodiversidad de sus ecosistemas con el avance de los monocultivos. El ritmo de degradación apabulla aun cuando titilen en la oferta de insumos una batería de semillas, tecnologías, complejos sistemas de riego y compuestos químicos, los cuales, sumados a la ampliación de la frontera agropecuaria hacia zonas marginales, provocaron una era de bonanza productiva entre los años `50 y `80. La agricultura devino en una catástrofe en un corto período. ¿Cómo aplacar las consecuencias y revertir el proceso?
INSTRUMENTOS A MANO. De acuerdo con la Agenda 21, para proteger la tierra y lograr una agricultura sostenible es fundamental realizar un cambio profundo en la manera de cultivar y de hacer ganadería. En el plan recuperador, pautado por el documento de la Cumbre de la Tierra, se impone en principio reformar las políticas agrarias e incluir en el proceso la participación de la gente. Como parte de la transformación, se debe mejorar la gestión de los insumos, cambiar el sistema de tenencia de la tierra, aplicar decisiones correctas sobre el comercio internacional, controlar el uso de agroquímicos, utilizar la lucha integrada de plagas, mejorar los servicios de protección fito y zoosanitarias, ordenar y conservar los recursos naturales e impulsar la diversificación del empleo agrícola. En el rumbo hacia métodos y herramientas para la sostenibilidad, aparece como propuesta “estrella” la producción orgánica. Para Juan Pablo Arakelian, consultor agropecuario, se trata de una metodología ideal, debido a que protege la biodiversidad de los ecosistemas y, al utilizar agroquímicos amigables, disminuye los costos de las llamadas “externalizaciones” que deben pagarse para descontaminar agua, tierras y demás consecuencias que traen aparejadas las técnicas mineras. “Por otra parte -aclara-, permite la supervivencia de pequeños productores rurales que pueden unirse para comercializar en cooperativas tanto en los mercados internos como en los externos, donde el circuito orgánico es cada vez más significativo.”
No es insignificante lo que sucede con la agricultura orgánica en el mundo. Crece el número de productores de materias primas, desde Bolivia al corazón de China y de la India. Se multiplican las variedad de productos elaborados, los institutos de investigación e incluso se expanden las cadenas productivas comunitarias, como la “teikei” de Japón y la community supported agriculture en los Estados Unidos. Es decir, un oleaje de mercados, tiendas naturistas y de consumidores “bio” invade el planeta. “El último año, el negocio orgánico mundial fue de unos US$ 15.000 millones -Europa, US$ 7.000 millones, y el resto se divide entre Estados Unidos y Japón-. Dentro del comercio internacional, el boom orgánico hizo que el sector creciera, en los `90, a tasas que fluctúan entre el 20 y el 30 por ciento anual. Pero los pronósticos coinciden al decir que con la aparición de la “vaca loca” y de la aftosa la demanda aumente desde noviembre del año pasado hasta hoy. Sólo en Inglaterra aumentó un 60 por ciento, y la ministra de Medio Ambiente de Alemania dijo que su objetivo es que la producción agrícola alemana ocupe un 20 por ciento del total en tres años”, comenta Alberto Lernoud, director mundial de la Federación Internacional de Movimiento de Agricultura Orgánicos -IFOAM- en la Argentina, entidad madre de la actividad, que cuenta con 750 miembros, en 106 países, que representan alrededor de 1.500.000 agricultores, ya que muchos de sus socios son asociaciones formadas por miles de campesinos.
Aunque en la Argentina los sistemas orgánicos tienen un potencial comprobado, mucho es lo que queda por hacer. Arakelian explica que falta una estrategia nacional concreta enlazada a una regional, difundir el rol social que cumple el desarrollo de esta metodología de producción en el sostén de productores pequeños, hacer que despegue el mercado interno, crear entidades de certificación más populares e impulsar estudios nacionales. El mercado necesita no solo productos de calidad, sino también una oferta en cantidad sostenible en el tiempo. “Tenemos que darle valor agregado, aprender a empaquetar, a desarrollar marcas propias, a valorizar los productos locales como diferenciados, a asociarnos para vender afuera y conservar el control de los negocios. Si la exportación es un motor insustituible de la producción orgánica, es preciso poner materia gris en ella, además de poner materia orgánica en nuestros campos”, acota Lernoud.
” En la actualidad, en el país hay 2.800.000 hectáreas bajo seguimiento de certificación -el grueso son para pasturas y avanza la certificación en campos sureños ideales para la producción ovina-, normativas específicas de Servicio Nacional de Sanidad Animal y Vegetal -923/92, de producción vegetal, y 1286/93, de producción animal-, una ley -número 25127 y dos decretos reglamentarios- y empresas certificadoras. En el 2000, el país exportó productos por un valor de US$ 20 millones”, explica Laura Montenegro, directiva de la firma certificadora Argencert, compañía que, junto con OLA y Letis, está reconocida por la Unión Europea.
Más allá de los “bioexportadores” -el Movimiento Argentino de Producción Orgánica (MAPO) reúne 1.500 productores-, hay un segmento sin certificación compuesta por miles de familias que producen hortalizas en pequeñas superficies de tierra para cubrir sus necesidades básicas de alimentos. Esto conjunto de productores autosuficientes crece sin parar desde los años `80, ayudado en parte por el programa Pro Huerta del INTA. En Misiones, por dar un ejemplo, cientos de familias empezaron a cultivar orgánicamente en pequeñas parcelas para salir de la toxicidad del cultivo de tabaco y tener comida. En este momento, venden sus excedentes en 25 ferias francas misioneras, y su tecnología se imita en otras provincias.
CONSORCIOS NATIVOS. “Para la sustentabilidad, debe haber polos nativos o de origen productivos autóctonos, ya que uno de los principios de la sustentabilidad es proteger las culturas, los sistemas de producción autóctonos y asegurar la supervivencia de las poblaciones rurales”, acota Arakelian. Siguiendo estos objetivos, investigadores de la Universidad de Tandil realizaron estudios para reinsertar el “charito” en amplias zonas del país; profesionales del INTA Castelar y de varias facultades de agronomía y de farmacia investigan las producciones de hierbas aromáticas autóctonas, y en provincias del noroeste se constituyen grupos de productores de camélidos y otros que ensayan artesanalmente con múltiples variedades de papas, amaranto, quínoa y la dulce Stebia rebaudiana Bertoni, especie vegetal que da una sustancia edulcorante natural que es utilizada en Japón.
En América Latina, existen comunidades mexicanas y guatemaltecas indígenas produciendo café, bolivianas que hacen caco, mientras otras, de otros países, producen chicozapote para elaborar chicle natural, bananas, vainilla y demás frutos tropicales. Una propuesta interesante es la del Consorcio para el Desarrollo Social de la Ecoregión Andina, entidad que fomenta las alianzas entre ONGs, centros de investigación y empresas para promover proyectos.
En la actualidad, trabajan seis iniciativas piloto ubicadas en cuencas representativas de los diferentes sistemas ecoandinos y cultivan papa, oca, ulluco y mashua, elaboran mermeladas, desecan vegetales y ahuman carne de alpaca. “A fines de los `80, investigadores peruanos editaron la revista Minka para contribuir a la construcción de sistemas tecnológicos andinos útiles para la subsistencia y la seguridad alimentaria campesina”, recuerda Lernoud.
Uno de los ejemplos mundiales para considerar como modelo de cooperativa sostenible es la asociación egipcia Sekem. En sus 150 granjas -cubren 2.500 hectáreas desde el sur de Asuán hasta el norte de Alejandría-, cultivan hierbas medicinales y aromáticas, venden el 35 por ciento de sus productos en Europa y el resto se distribuye en 6.000 farmacias y 2.000 supermercados de Egipto. Sekem desarrolló una línea de remedios naturales orgánicos, cosecha 6.000 toneladas de vegetales frutas frescas y algodón de primera calidad -exportan 600.000 prendas por año-.
ORGANISMOS Y EXIGENCIAS
– Institutos de investigación especializados en producciones orgánicas: FIBL -Suiza- ELM Farm -Inglaterra-, la Universidad de Santa Cruz -Estados Unidos- y el Instituto Biodinámico de Desarrollo Rural de la zona de San Pablo -Brasil-.
– IFOAM determina las normas y los estándares básicos para la agricultura ecológica mundial.
– En la Unión Europea y en los Estados Unidos, los requerimientos mínimos para la producción, el procesamiento y la importación de productos ecológicos están reglamentados por leyes correspondientes. La Unión Europea, mediante el Reglamento CE, y los Estados Unidos, a través del Organic Fooods Production Act.
– En 1999 fueron publicadas, por la comisión del Codex Alimentarius, las directrices sobre la producción, etiquetado y comercialización de la agricultura orgánica (CAC/GL 32-1999).
ATLAS DE SUELOS
El Instituto de Suelos del INTA tiene un mapa de suelos de la República Argentina que permite informar al productor agropecuario acerca de cuál es la potencialidad de cada campo y la forma de obtener su máxima utilidad mediante los sistemas de manejo y aprovechamiento de la fertilidad.
Estos estudios se apoyan en el imágenes satelitales combinadas con los sistemas de información geográficos, que permiten ubicar los insumos necesarios en un lugar determinado.

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