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Punto de encuentro entre las Empresas, el Medio Ambiente y la Sustentabilidad

Las dos globalizaciones

Por Enrique Olivera, presidente del Banco de la Nación Argentina

Desde la caída del Muro de Berlín, en el mundo se ha acentuado un proceso, cuyo final no está escrito. Se debaten sus antecedentes y hay incertidumbre sobre su futuro. Está claro que la globalización llegó más rápido que nuestra posibilidad de volver a educarnos para comprenderla.

Sin embargo, pareciera que la predicción de Orwell para 1984 resultó exactamente al revés. La amenazante informática, controladora de toda actividad humana, resultó ser en la realidad un estímulo de millones de individualidades fragmentadas y diversas, que no sólo le dieron un tono increíblemente plural al ciberespacio sino que probaron su capacidad de penetrar cualquier sistema pretendidamente hermético.

Es manifiesta la tensión que la globalización crea con la identidad. Agudiza el dilema de siempre: lo viejo o lo nuevo. “Conservar y crear, dos verbos tan enfrentados en la tierra, son sinónimos en el cielo”, escribe Jorge Luis Borges, en Historia de la eternidad.

Podríamos decir que hay una primera globalización, que es la de la ciencia, la tecnología, las finanzas y la economía. Es la más notoria y la más institucionalizada. La Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, Internet, las grandes multinacionales y los varios mercados comunes son algunos de sus expresiones institucionales.

Esta es la “globalización de los mercados”. Es la que ha facilitado su asimilación, con el “neoliberalismo”, por parte de quienes la cuestionan como ideología. Es la globalización vista desde el Consenso de Washington, con sus recomendaciones de economías abiertas, privatizaciones y desregulaciones, Estado más chico e internacionalización de las finanzas.

Esta receta ha sido llamada por Thomas Friedman “la camisa de fuerza dorada”. Es la condición para que el mercado internacional invierta en un país, y su ausencia es también la causa de la súbita desinversión y las cifras financieras recurrentes. Es una vara muy dura que decide los in y los out, con la inevitable consecuencia de la injusta y peligrosa exclusión de los perdedores del proceso.

Por cierto que es también la globalización del mundial de fútbol visto por mil millones de personas, de la exploración del espacio, del mapa genético, de la prolongación de la expectativa promedio de vida y de la democratización del conocimiento.

Edgar Morin dice que “hoy la nave espacial Tierra es un Titanic impulsado por cuatro motores interconectados: la ciencia, la técnica, la industria y la economía. La fuerza de estos motores está induciendo a una concepción técnico-económica de la vida”.

Vaclav Havel, presidente de la República Checa, al abrir la primera sesión de este milenio del FMI y del Banco Mundial, luego de resaltar la necesidad de reestructurar la economía de los países en desarrollo, dijo: “Más importante, como salta a la vista, es reestructurar el propio sistema de valores en que se apoya nuestra civilización actual. (…) Se trata de reforzar esencialmente el sistema de normas morales”. Y se pregunta: “¿Cómo hacerlo sin un nuevo y poderoso auge de la espiritualidad humana?”

Y aquí empieza a vislumbrarse la otra globalización. La de la defensa de la dimensión espiritual del hombre, de la libertad y especialmente de la igualdad, de la ciudadanía planetaria como habitantes de la Tierra, de la preservación del planeta para el futuro de la humanidad. Pero lo novedoso de esta segunda globalización es que actúa como respuesta a un mundo planetarizado por la técnica y la economía. Jamás en la historia hubo escenario equivalente.

Los propulsores de esta segunda globalización no son los líderes políticos. Son hombres y mujeres comunes y corrientes agrupados en organizaciones no guberbamentales con compromisos universales, junto a líderes religiosos y sociales que han comprendido la nueva realidad que les toca vivir.

El diálogo interreligioso promovido por personalidades como el Papa, el Dalai Lama, Chiara Lubich y por entidades como el Parlamento de las Religiones del Mundo, la Asociación Internacional para la Libertad Religiosa, la Conferencia Mundial de Religiones y Paz, la Comunidad San Egidio, Interreligious Dialogue, entre otras, reconoce a las distintas religiones como expresiones de la diversidad cultural y admite que todas son caminos apropiados para la búsqueda de la verdad.

Amnesty International, que lucha universalmente contra los atentados a la dignidad del hombre; Médicos sin Fronteras, que acude a cualquier lugar del planeta en que haya enfermedad o epidemias; Survival International, que defiende los derechos de los pueblos indígenas; America’s Watch, que vigila el respeto a los derechos humanos, entre muchas otras, tienen como escenario al mundo entero. A ellas se agregan los movimientos por los derechos de la mujer y por los derechos de los niños, que se han multiplicado en los últimos años.

Un lugar muy especial tienen las organiaciones no gubernamentales involucradas en la protección del medio ambiente. Greenpeace es posiblemente la de mayor despliegue internacional, pero Amigos de la Tierra, World Wildlife Fund, Unión para la Conservación de la Naturaleza, World Resources Institute y tantas otras, comparten también la concepción de la Tierra como ecosistema. Todos reclaman sustentabilidad como condición para que las presentes generaciones puedan satisfacer sus necesidades sin poner en riesgo que las futuras generaciones puedan hacer lo propio, tal como lo definió Gro Brundtland.

En su libro Crítica de la globalización, Víctor Flores Olea y Abelardo Mariña Flores sostienen que hoy la sociedad civil no es más el exclusivo lugar de los intercambios mercantiles, la arena de la oferta y la demanda, sino el verdadero protagonista, el real escenario político de la vida pública, la génesis de las posibles transformaciones institucionales de nuestro tiempo.

Otra característica de una segunda globalización es la ausencia de instituciones públicas internacionales capaces de actuar como decisores en cuestiones fundamentales de la cultura, el medio ambiente o los derechos humanos.

Existe la Organización de las Naciones Unidas, pero su debilidad a la hora de imponer decisiones es una evidencia más que la segunda globalización, a diferencia de la primera (la de la tecnología y las finanzas), están recién gestando sus instituciones universales.

Un paso muy importante es la internacionalización de los derechos humanos, con una justicia cada vez más desarrollada, siguiendo el modelo del Tratado de Roma de los años 50 y con la incorporación de los sistemas jurídicos nacionales de derechos y de garantías individuales de vigencia supranacional, tal cual ocurrió en nuestra reforma constitucional en 1994.

Estoy convencido que la primera globalización está inscripta, con sus trazos más gruesos, en el destino de la civilización, pero que es peligrosísimo que continue desbocada, originando desigualdad y exclusión y poniendo en riesgo la diversidad de las culturas.

Me resulta dificil imaginar que pueda encauzarse solamente desde el reclamo contestatario. Hay que oponerle la otra globalización, la de los valores más profundamente humanistas, que hemos sintetizado aquí como la de los derechos del hombre, en su acepción más amplia, y el desarrollo sostenible.

El propio Consenso de Washington ha debido reconocer el lado oscuro de la globalización y tuvo que incorporar, cuando menos retóricamente y con impacto en las posiciones del Banco Mundial y demás agencias de crédito, las preocupaciones por la salud y la educación, así como el desarrollo sustentable en sentido amplio, y la noción de desarrollo humano, convertida en eje del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Educar es mejorar al hombre por el conocimiento de la ciencia y la práctica de la virtud, decía Aristóteles veinticuatro siglos atrás. La segunda globalización debe cumplir respecto de la primera, el papel ético que Aristóteles le asignaba a la virtud: darles sentido a los conocimientos prácticos.

Podría argumentarse y con la razón, que un proceso aceleradamente en marcha, como es la primera globalización, debe ser puesto en caja rápidamente, y que el desarrollo de la segunda globalización tomará tanto tiempo que, si llega, llegará tarde. Se dirá también que es una utopía lejana la globalización de la mejor espiritualidad del hombre y de la conciencia ambiental, mientras que la globalización de la tecnología y las finanzas es una avasalladora realidad.

Yo no veo lejana la globalización. El propio impulso de la primera ya está generando reacciones universales. Lo importante es que se orienten de una manera eficaz. Solamente universalizando valores que se contraponen al provecho individual como impulsor excluyente de conductas, lograremos humanizar el complejo y desafiante mundo en que nos toca vivir. Por otro lado, es cierto que están devaluadas las utopías, pero tengo siempre presente ese diálogo entre dos filósofos, en el que uno dice: “No me gusta la utopía, no me gusta porque es como el horizonte: uno camina y el horizonte se aleja”. Y el otro filósofo, quizá más sabio, le respondió: “A mi me gusta la utopía. Me gusta porque sirve para eso. Para caminar”.

El presente artículo es una síntesis de una conferencia dictada por el autor en la Asociación de Reflexión Estratégica Argentina (AREA).

Artículo de opinión sobre el Desarrollo Sustentable en la Argentina.

(c) Revista Ecología&Negocios-2001. E-mail: [email protected]. Septiembre 2001

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