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Punto de encuentro entre las Empresas, el Medio Ambiente y la Sustentabilidad

El Debate sobe la Biotecnología

En todo el mundo se alzan voces a favor y en contra del uso de semillas y alimentos genéticamente modificados siempre con argumentos sólidos y concretos

Por Alejandra Herranz

Oscilando entre fantasía y realidad, incertidumbre y certeza, el debate por los transgénicos en el agro y la alimentación marca una disputa de alta política entre los Estados Unidos y la Unión Europea, donde el resto de los países del mundo se convierten en espectadores o participantes con menor peso. Los Estados Unidos apoyan la biotecnología aplicada al agro, sus exportaciones agrícolas y los esquemas de subsidios a sus ‘farmers’, dentro de un presupuesto total del Departamento de Agricultura de ese país de US$ 158.000 millones para 2002. La Unión Europea mantiene su Política Agrícola Común, que le insume un 40 por ciento de US$ 100.000 millones y que opera como una estructura supranacional de contención de la migración social de áreas rurales a las urbes.

En este marco: ¿cuál es el rol de los transgénicos? Para el agro y la industria alimentaria, los transgénicos -GMOs por sus siglas en inglés- representan el largo plazo de la sustentabilidad. Para sus críticos, los GMOs requieren un planteo acerca del cambio de la condición de la naturaleza y sus riesgos implícitos.

LAS VOCES. La ONG ambientalista Greenpeace observa de los transgénicos con desconfianza. Según Emiliano Ezcurra, coordinador de la campaña “Alimentos transgénicos: exigí saber”, la tensión generada tras la introducción de estos cultivos al medio ambiente y su participación en el comercio internacional se origina en dos cuestiones: la científica -sus aspectos ambientales y sanitarios- y la legal -el derecho a la participación pública en la toma de decisión dentro del proceso de autorización de un cultivo transgénico y el derecho la información en relación con el etiquetado de los alimentos que contengan ingredientes transgénicos-. “El conflicto ambiental está planteado dentro y fuera del comercio internacional, pues se cuestiona la liberación al ambiente más allá de que luego las semillas sean producto de movimientos transfroterizos”, apunta.

En este contexto, la información y el acceso a ella emergen como un punto crítico del issue transgénico. Para Alberto Díaz, director de la licenciatura en Biotecnología de la Universidad Nacional de Quilmes, el conflicto está instalado en el imaginario social por las exageraciones del valor científico-técnico. “Es que este valor está alejado de la sociedad y la gente le teme: los científicos no informan, y debería haber más apertura y comunicación”, evalúa. Sobre el impacto de los transgénicos en la salud humana, Díaz señala que hasta ahora no hubo problemas severos. “Quizás algunos casos de alergia, pero no pueden ser atribuidos a los transgénicos”, manifiesta. Para Brian Haleil, investigador de la ONG WorldWatch, en los cultivos transgénicos debería aplicarse el principio precautorio si se sospecha de daño, o si hay incertidumbre científica sobre el riesgo potencial. “La rápida expansión de los cultivos genéticamente modificados tiene este principio en mente: pero el marco regulatorio sigue siendo inadecuado, no transparente o está ausente”, evalúa. “Cuando los riesgos no son triviales, los beneficios son cuestionables”, acota.

Según Díaz, la crítica a los transgénicos es más política que científica. “En biotecnología, lo que se ve es que se trata de un negocio concentrado en unas cuatro o cinco grandes empresas, por lo que los pequeños productores rurales están atemorizados por esto”, analiza. El dato no es menor: desde 1996, según Halweil, de WorldWatch, la industria de la biotecnología tuvo procesos de M&As entre más de veinticinco compañías por más de 15.000 millones. Entre otras operaciones que hicieron “ruido” están el turnaround de Monsanto, que de empresa química pasó a ser una de “ciencias de la vida”, con fuerte orientación a la biotecnología; o la compra del gigante semillero Pioneer Hi-Bred por US$ 8.000 millones por parte de DuPont. El horizonte es el largo plazo del negocio de productos de cultivos transgénicos: US$ 25.000 millones para 2010, según proyecciones del Servicio Internacional para el Desarrollo y Aplicación de Biotecnología en Agricultura, ISAAA. Kate Fish, vicepresidente de Public Policy de Monsanto, explica que la firma apoya el derecho de los consumidores a saber. “En los últimos dos años, muchas personas se mostraron incómodas con la velocidad en la introducción de los transgénicos y la limitada disponibilidad de información: nosotros tratamos de facilitar el acceso a’ los científicos y al público en general a nuestros estudios, al colocarlos en nuestro web site”, explica.

En esta perspectiva informativa, el etiquetado de los transgénicos es un asunto complicado. “Somos apenas un jugador en un sistema de industrias muy complejo, en el que todos debemos ser parte de un enfoque efectivo para etiquetado”, dice Fish.

Inclusive, Monsanto inició una serie de diálogos con ONGs ambientalistas en América del Norte, Europa y Brasil, para conocer sus preocupaciones, planteos y sugerencias acerca de la compañía misma y la biotecnología, en puntos tales que abarcan desde cómo puede contribuir al rendimiento de cosechas, hasta la nutrición y la reducción del impacto ambiental en países en desarrollo. “Evaluamos el inicio de un programa similar en l Argentina”, comenta Fish.

En la filial argentina de Syngenta -resultado de la fusión de Novartis y Astra Zéneca-, en marzo se inició un curso de entrenamiento al personal sobre aplicación de la biotecnología en todos sus aspectos. Syngenta opera en 40 países y se dedica 100 por ciento al agro: factura US$ 7.000 millones en el mundo, de los cuales US$ 50 millones son por sus negocios de semillas y agroquímicos en la Argentina. Invierte anualmente US$ 800 millones en investigación y desarrollo. “En nuestro negocio, la biotecnología es una tendencia de largo plazo para una mejor calidad de vida de los consumidores”, señala Juan Kiekebusch, su responsable de Investigación y Desarrollo en la filial argentina.

ETIQUETAS CONFLICTIVAS. En sí mismo, el etiquetado parece adoptar la condición de externalidad: todos lo reclaman, pero nadie quiere pagar su costo. No se establece una relación clara de internalización por parte de los productores o de los consumidores. Otro punto intrínseco de este tema es la información que debería contener la etiqueta: ¿deberá ser comprensible para un público heterogéneo y amplio en su nivel de instrucción, o sólo deberá contener información técnica más o menos compleja? “La esencia es que los consumidores tienen derecho a saber acerca de los alimentos, pero una etiqueta para contenidos genéticamente modificados no puede funcionar: sería cara para todos los alimentos”, analiza Alan Mc Hughen, profesor e investigador científico senior de la canadiense Universidad de Saskatchewan. “Las etiquetas para alimentos están basadas en criterios objetivos vinculados a la seguridad de la salud y a la nutrición; sin embargo, el régimen de etiquetado está basado en un criterio subjetivo”, señala.

Según Mc Hughen, hay una paradoja: si se vuelve obligatorio el etiquetado de los GMOs, esto impactará de manera “dramática” en el aumento de precios de aquellos productos sin contenido transgénico. Para Kiekebusch, el punto es que se exige etiquetar el proceso de producción del alimento y no el contenido. “Acá entramos en conflicto con la comunicación al consumidor: si se etiquetan procesos, estamos creando una fuente de confusión”, sostiene. “La etiqueta tiene que dar información, pero tiene que estar basada en términos científicos”, apunta Víctor Castro, director ejecutivo de la Asociación de Semilleros Argentinos, ASA.

La disputa comercial entre la UE y los Estados Unidos se traslada a este punto. Mientras que los Estados Unidos y Canadá tienen políticas voluntarias de etiquetado, en abril de 2000 Europa introdujo el etiquetado obligatorio para alimentos e ingredientes de alimentos que contengan elementos GMOs. Un estudio de la filial canadiense de la consultora KPMG analizó qué impacto tendría el etiquetado obligatorio en el costo de los alimentos genéticamente modificados en ese país. “Como mínimo, este costo sería de 10 por ciento en el precio de venta al público para productos alimenticios, y de 35 a 41 por ciento para los productores de granos y commodities de semillas”, señala el informe. “El etiquetado obligatorio podría modificar la capacidad de la industria de transferir este costo adicional a los consumidores: esto implica que los beneficiarios de esta política deberían pagar por ello”, evalúa.

El costo para los consumidores oscilaría entre los US$ 700 millones y US$ 950 millones anuales. Según KPMG, este aumento aumentaría entre 1,3 y 1,8 puntos el valor de ventas de todos los productos alimenticios en la cadena de retail, cuyo valor anual es de US$ 53.300 millones. La potencial extensión y profundización de los costos de etiquetado dependerán del alcance y estructura de la regulación de estas etiquetas.

LAS TENSIONES. Monsanto es una de las firmas que hizó la bandera de la tecnología aplicada al agro. Tras su turnaround, sus principales negocios son los agroquímicos, las semillas y la biotecnología. “Aunque la biotecnología representa un pequeño porcentaje de nuestros ingresos totales, creemos que será el área de mayor crecimiento: en 2000, la cantidad de acres plantados con estas características con productos desarrollados por la compañía llegó a 103 millones: un aumento de 15 por ciento”, apunta Fish.

Fish responde a las acusaciones sobre la seguridad de sus semillas transgénicas: la compañía, dice, investigó por más de 20 años con universidades y otras instituciones, bajo la mirada de las agencias regulatorias de los Estados Unidos. Pero los riesgos no están claros. “Ninguna ciencia es lo suficientemente exacta para garantizar que sabemos todo: pero nosotros sólo enviamos nuestros productos para aprobación comercial cuando estamos satisfechos con su eficacia agrícola, ambiental y de seguridad”, explica Fish. La firma declaró que no colocará ningún producto biotecnológico en los mercados hasta que haya sido aprobado para uso en alimentos en los Estados Unidos y Japón.

Para Kiekebusch, hay un debate político en la prensa acerca de la biotecnología. “El debate está concentrado en los alimentos y poco en `pharma´: hay una dicotomía, porque la manipulación se acepta en `pharma´ pero no en alimentación”, reflexiona. Según Halweil, los cultivos transgénicos ya no son un fenómeno de laboratorio: desde 1986 se condujeron más de 25.000 experimentaciones en campo en el mundo. En los Estados Unidos, un tercio de su cosecha de soja y un cuarto de su cosecha de maíz son transgénicas. Según Kiekebusch, debe haber controles y un marco legal para que la tecnología se aplique correctamente. “En el mercado hay alimentos derivados de organismos genéticamente modificados que tienen la misma intensidad de evaluación que un medicamento”, apunta.

En la Argentina, según cifras de ASA, ha beneficios medibles: con la soja transgénica, un productor aumenta su rentabilidad en US$ 30 por hectárea. Esto es clave: 90 por ciento del área argentina de siembra de soja (10 millones de hectáreas para la campaña 2000-2001) es de origen transgénico. “El sesenta por ciento de las exportaciones argentinas son agropecuarias: los transgénicos nos permitieron aumentar la competitividad de nuestros productos”, señala Castro, de ASA.

En la Argentina se aprobaron la soja resistente al glifosato, dos eventos de maíz tolerante al barrenador de tallo y algodón tolerante a distintos insectos. Según datos de la ISAAA, los países con mayor área sembrada de transgénicos son los Estados Unidos, 30,3 millones de hectáreas; la Argentina, con 10 millones; Canadá, 3 millones, y China, con 500.000 hectáreas.

En una posición crítica, los investigadores Miguel Altieri, de la Universidad de California en Berkeley, y Peter Rosset, del Institute for Food and Development Policy de Oakland, sostienen varias razones para argumentar que la biotecnología no asegurará la seguridad de los alimentos ni la protección del medio ambiente y la reducción de la pobreza en el mundo en desarrollo. “No hay relación entre la prevalencia de hambre en un país dado y su población: las mayores innovaciones en biotecnología aplicada a la agricultura se orientaron más a las utilidades que a las necesidades”, analizan.

Ezcurra marca que esta tensión también se traslada a la relación producción-consumo. “Tiene su eje en la falta de seguridad respecto de la ingesta de transgénicos, sumado a la falta de etiquetado y el hecho refutable de que el único beneficiado es el productor t la empresa semillera y no el consumidor”, apunta.

Para Fish, la biotecnología es un instrumento que puede ser aplicado a las cosechas para ayudar a la mejora de los rendimientos y así reducir su uso de pesticida. “Creemos que la biotecnología encierra un gran valor para los productores y los consumidores: pero también creemos que toca asuntos complejos, como la globalización, la democracia, la ética, y esto genera desconfianza en las personas”, analiza. Menuda tarea para las generaciones presentes y futuras.

EL CONVENIO DE BIODIVERSIDAD

1995. Convención de Río.

1997. Reunión de Yakarta.

1999. Reunión de Cartagena.

2000. Aprobación del Convenio de Cartagena, que incluye un Protocolo de Bioseguridad (para semillas y commodities: en semillas se aplica caso por caso, en tanto que la mayoría de los países tiene sistemas para experimentación funcionando).

Protocolo de Bioseguridad. Incluye el principio precautorio, que le da el derecho a cada país de rechazar importaciones de GMOs sólo si hay base científica que lo justifique.

GLOSARIO E HITOS EN LA HISTORIA DE LOS GMOs

– Los alimentos genéticamente modificados son producidos en laboratorio, por científicos, a partir de plantas o animales que han tenido sus genes cambiados.

– La Ingeniería genética es específica: permite seleccionar un solo gen de una característica única y transferirla al ADN de otro organismo.

– Transgénesis: la transferencia de una construcción genética específica -“construct”- de una especie a otra.

– “Construct”: construcción genética específica que contiene un gen principal, un gen marcador de selección, códigos que marcan el comienzo y el fin del “construct”, y secuencias genéticas que resaltan el efecto del gen principal.

– Evento de transformación: el resultado de la transferencia de un “construct” a una planta -ADN- receptora.
– En 1983 se crea la primera planta transgénica: una planta de tabaco resistente a antibióticos.

– Hacia 1987, la USDA supervisa la primera plantación de semillas transgénicas.

– En 1996, La Unión Europea aprueba la importación de las semillas de soja Roundup Ready, de Monsanto, para alimentos de personas y animales. En los Estados Unidos, se siembra 6 millones de acres de GMOs.

– En 1998, la Unión Europea señala que la soja y el maíz transgénicos debe llevar una etiqueta que los acredite como tales.

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