Cara a Cara con el Huemul
Por Aníbal Parera
Todo cordón montañoso que se precie tiene el suyo: un gran mamífero herbívoro montañés, que acude a las laderas más escarpadas, entre las rocas, al borde del abismo, desafiando las alturas, en busca de la seguridad ante los predadores, o del alimento poco explorado por otros herbívoros.
El muflón, las gamuzas, el rebeco blanco, el íbice, el takin, el tahr y otros. En el Paleártico, el Neártico, o en África, son – por lo regular – cabras, ovejas y afines, en distintas variedades. Pero este grupo zoológico no llegó a los Andes de Sudamérica, donde el precioso lugar quedó libre para ser ocupado… por un ciervo: el huemul. Curioso por cierto, ya que debió resignar la esbeltez típica de la familia. Se hizo más corpulento, retacón, de patas cortas, musculoso. ¡Si hasta podríamos comparar las proporciones de su cuerpo con el de un chivo! Un pelaje espeso, esponjoso, indispensable para tolerar los fríos de las alturas, contribuye a exacerbar su rechoncha silueta.
Su patria corresponde a la Patagonia, de Chile y la Argentina, y aunque muchos lo asociarán al bosque, su preferencia no necesariamente corresponde a este ambiente. Clemente Onelli (ver nota en esta misma edición), lo vió y fotografíó, a fines del siglo diecinueve, en plena estepa patagónica, a varios kilómetros del bosque. En su foto, un paisano aparece a pocos metros, blandiendo cuchillo en mano, dispuesto a darle caza simplemente enfrentándolo. El animal no atinaba a huir. No conocía peligro de esta clase.
“Hoy si querés ver un huemul tenés que ser brujo” -me dijo Pablo Wisman, al otro lado del teléfono desde su chacra en el Hoyo de Epuyén. En el año 1996 llegó hasta su casa un grupo de técnicos y científicos dedicados al huemul. El ingeniero agrónomo Alejandro Serret, quien por quince años lideró el proyecto de conservación de la especie para la Fundación Vida Silvestre Argentina, formaba parte de aquella comitiva. Serret propuso parar frente a su chacra, golpeó las manos, pidió permiso. “¿Podemos revisar la ladera del cerro Pirque desde acá? buscamos huemules“. A Pablo le pareció una broma ¡La ladera distaba más de tres kilómetros! Él sospechaba que había huemules, pero jamás los había visto. Su semblante se puso serio, cuando Serret encontró el primer huemul, y luego otro, y todos hacían fila frente al telescopio para ver las insospechadas siluetitas.
“Me retracto…, no tenés que ser brujo, tenés que haber visto muchos huemules antes” -corrigió Wisman- “Cada vez que viene uno de estos tipos que tienen el ojo acostumbrado, hay una alta chance de que los encuentren…“.
Serret convenció a mucha gente en su vida, de muchas cosas, y a Wisman lo entusiasmó para que ponga el primer “Observatorio de Huemules” de la Patagonia, con telescopio instalado, y que convoque a los turistas para verlos. “Hay que huemulizar la Patagonia“, suele decir, y esta es una forma de hacerlo. Pablo le hizo caso. “Inauguramos el observatorio para la tercera Reunión Binacional de Conservación del Huemul: no lo podían creer“. Y aunque hoy el observatorio existe, Pablo confiesa que el visitante común difícilmente encuentra a los huemules a la distancia, por eso prefiere llamarle el “Observatorio del Cerro”.
El fantasma
Es que por mucho tiempo la gente no encontró a los huemules, nadie parecía saber nada de ellos. Relatos antiguos, plagados de confusiones (a tal punto que los primeros hombres blancos que lo describieron lo creían caballo, luego, camello… si hasta su nombre científico es Hippocamelus, o caballo-camello), menciones topográficas, remotas visiones y el decir de los paisanos. Los primeros estudios modernos de la biología del huemul fueron encaminados por el biólogo norteamericano Antony Povilitis en territorio de Chile a mediados de los setenta. “Antony no dejó de aportar información desde entonces, fue un verdadero pionero y un gran entusiasta del huemul“, comenta Serret al rememorar sus primeros pasos con el ciervo andino: “Cuando empezamos en la Argentina a mediados de los ochenta, apenas sabíamos que existían huemules de nuestro lado. Fuimos al Parque Nacional Perito Moreno, en Santa Cruz, y trabajamos relevando rastros, huellas, bosta, astas… hasta que lo vimos… la primera vez fue como ver un fantasma… ¡el fantasma de la Patagonia!“. Alejandro eligió esa imagen para el título de su reciente libro (“El Huemul, fantasma de la Patagonia”), con el que se metió en la intimidad de una especie a la que tuvo cara a cara muchas veces, en distintos escenarios (replicó sus relevamientos en el Parque Nacional Los Glaciares y en distintos lagos cordilleranos del Chubut), pero además escuchó atentamente a todos los paisanos con los que se cruzó en la montaña: “ellos conocen al huemul mejor que nadie“, suele insistir.
Durante los últimos veinte años, con el aporte de los investigadores mencionados, y del Dr. Dennis Aldridge y colaboradores en la zona de Coyhaique, en Chile (pertenecientes a la Corporación Nacional Forestal de Chile – CONAF), de otros biólogos como Alejandro Frid, o Joanne y Werner Flüeck, de investigadores del Comité Nacional Pro Defensa de la Fauna y Flora de Chile (Codeff) y de la Administración de Parques Nacionales de la Argentina, el conocimiento sobre el huemul experimentó un notable aumento.
“Tal vez sea uno de los mamíferos amenazados sobre los que más conocimiento se ha ganado en tan corto tiempo dentro de nuestro país“, explica Alejandro Vila, actual coordinador de los esfuerzos conjuntos entre la Wildlife Conservation Society y la FVSA, destinados a preservar a la especie en su carácter de embajadora del paisaje salvaje de la Patagonia andina. Vila piensa que el huemul puede ayudar a rescatar el paisaje en su conjunto: “El huemul necesita sitios agrestes de considerable extensión, escasamente perturbados y, además, conectados con otros parajess donde también vivan huemules, para favorecer el intercambio genético“.
Para conocer mejor su sensibilidad a distintas agresiones que el hombre impone, planea realizar algunas experiencias en el terreno. Por ejemplo, en el Parque Nacional Los Alerces y su periferia, donde existen tres situaciones diferentes para la especie: un área interior del parque sin mayores presiones; una que corresponde a la reserva nacional (una categoría de conservación menos estricta), donde transitan turistas y los huemules suelen deambular por uno de los caminos de acceso; y, por último, una estancia vecina, con los típicos problemas derivados de la actividad ganadera: gente merodeando, perros, fuego, etc.
“Pensamos acudir a collares de señal remota para seguir a los huemules, porque en toda esta zona son extremadamente huidizos y difíciles de ver“, explica Vila.
¿Pero qué hay de aquellos huemules que, de tan mansos, casi se dejaban tocar?. ¿Se han puesto todos esquivos por causa del hombre, y por ese motivo resultan tan difíciles de observar?. Obtuve una buena respuesta a este planteo del administrador de la Reserva Nacional Tamango de Chile, Hernán Velásquez: “Cuando empezamos a trabajar en esta zona, los escasos huemules que había apenas se dejaban ver. Con el correr del tiempo, la eliminación del ganado y los perros, y el más estricto respeto por los sitios de tránsito para la gente, volvimos a tener huemules tan mansos como deben haber sido en un principio“.
Esta población de huemules se encuentra bajo un estricto seguimiento por parte de investigadores de la CONAF. El veterinario Cristián Saucedo estuvo a cargo de las experiencias de capturas de ejemplares vivos para colocarles collares radiotransmisores, tanto en esta reserva como en La Baguala, en el marco del Proyecto Darwin (CONAF y Raleigh Internacional). “El primer animal capturado se nos murió“, recuerda Cristián, “habíamos usado un protocolo de drogas sugeridas para otros ciervos ¡nadie había experimentado cuales serían apropiadas para que los huemules se relajen por espacio de breves minutos y luego se recuperen prontamente!. Estuvimos harto decepcionados, y casi abandonamos la idea de seguir adelante“. Sin embargo, tomaron el riesgo, y consiguieron el éxito con una nueva receta química que les permitió conseguir varias inmovilizaciones exitosas, con inmediatas recuperaciones de los animales.
Uno de sus objetivos es comprobar la respuesta de los huemules a una actividad de explotación forestal privada que operará en la XI Región chilena, donde los huemules habitan un bosque de lenga. “Estamos preocupados porque estos huemules podrían verse desalojados por las motosierras“, agrega Saucedo.
Desafío conjunto
Estas experiencias bien podrán servir al equipo de Vila en la Argentina, en sus próximos intentos de captura de ejemplares vivos. Al tiempo que lo que dicten los estudios en Los Alerces, aplicarse en situaciones de potencial impacto del lado chileno. Los huemules pasan de un país a otro permanentemente, y no hay otra forma de encarar su conservación que de manera conjunta.
Las reuniones binacionales de conservación del huemul son una expresión de ello, se realizan cada tres años, alternativamente a un lado y otro de la cordillera, y permiten cotejar todos estos avances, evitar la duplicación de esfuerzos y complementar las estrategias de ambos países. Acudamos a un ejemplo: para saber cual puede ser la evolución, el grado de deterioro, ¡o de recuperación! de una población aislada y fragmentada, convendrá seguir las alternativas de los huemules de los nevados de Chillán (Chile), en el extremo norte de la distribución actual de la especie. “En la actualidad sobreviven unos cincuenta ejemplares” -describe el biólogo Rodrigo López, de Codeff- “pero están a cientos de kilómetros de sus congéneres más cercanos, en el sur del Parque Nacional Lanín de Argentina“. Un oleoducto y un gasoducto, obras también binacionales, atravesaron los nevados y contribuyeron aún más a su fragmentación: una nueva muestra de que el desafío de su conservación depende del entendimiento entre los dos paises.
En diciembre del 2001, apenas semanas atrás, la Administración de Parques Nacionales de la Argentina, convocó en Bariloche una reunión largamente esperada: el encuentro destinado a establecer un Plan Nacional para la conservación de la especie, buscando el consenso sobre prioridades para la acción y responsabilidades en las distintas áreas, repartidas entre organismos de gobierno, organizaciones no gubernamentales e instituciones académicas. El chileno Dennis Aldridge (CONAF) tuvo mucho que ver con una reciente experiencia similar en su país: “Los recursos económicos dedicados a la conservación son casi siempre escasos“ -me comento- “el plan nacional nos permite saber a qué aspecto conviene dedicarlos“.
En un café intermedio, uno de los guardaparques que participaba de la reunión me había dicho: “¿Sabés qué es lo bueno?: que nadie tiene la verdad: si no que cada uno aporta un pedacito“.
Afuera, al mismo tiempo, en un punto no muy lejano, y a la vista directa del lujoso edificio donde ocurría la conferencia, una hembra de huemul con su cría de la temporada al pie, permanecía indiferente, mirando en derredor con las orejas como enormes pantallas apuntadas hacia delante: un arreo de vacas con perros en el fondo del valle, una ladera quemada, unas personas haciendo caminata en un sendero, otras abandonando una combi en expedición de caza y, más allá, un grupo de ciervos colorados importados de Europa…
Copyright Revista Vida Silvestre de Abril-Junio 2002. Reproducida por convenio especial con Ecopuerto.com
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