Agricultura y Desarrollo Sustentable
La historia nos aporta su invalorable experiencia indicándonos cuales son los errores ya cometidos para evitar su reincidencia. La Ronda del Milenio de la OMC es la última oportunidad del Siglo XX para compatibilizar los sistemas productivos con el Desarrollo Sustentable.
Por: Michel H. Thibaud*
Durante siglos los procesos de agriculturización de la tierra posibilitaron el desarrollo de las comunidades humanas. Esta actividad sedentaria para proveerse de alimentos, en contraposición a conductas nómades propias de la caza y de la pesca, implicó un conocimiento profundo de las relaciones entre suelo, agua, clima, especies y tecnologías de manejo. La agricultura europea, por ejemplo, cumplía un ciclo de entre tres y cinco años en la rotación de cultivos con sus consecuentes lapsos de descanso, y los chinos, con más de cinco mil años de antigüedad devolvían los nutrientes mediante la incorporación de detritos humanos. Pero también contamos con experiencias fallidas donde no hubo un respeto adecuado al ecosistema. Sumeria obtenía producciones de cebada con rendimientos de hasta dos mil kilos por hectárea, gracias a complejos sistemas de riego, pero manejos inadecuados llevaron a convertir esta región en un inmenso desierto.
El agricultor depende de sus conocimientos para intervenir en el ciclo biológico, según las condiciones del clima y del suelo. Pero estos conocimientos se adquieren con la experiencia de años de trabajos continuados en un mismo lugar. Un aprendizaje y estudio profundo de las interrelaciones locales de la naturaleza y las técnicas a utilizar.
El aumento de la densidad de la población conduce a una reducción cada vez mayor del tiempo de uso y del tiempo de recuperación de los suelos, de tal forma, que se llega al cultivo ininterrumpido de la totalidad del suelo útil de una región con la consiguiente disminución de las producciones.
La variedad de combinaciones entre el suelo, el agua, el aire y el clima podríamos decir que es casi infinita. Y para cada una de estas condiciones existe también una conjunción de factores económicos, plantas y animales, que pueden ser arreglados de manera óptima. Sin embargo, el hombre, sobre todo en el último siglo, ha manejado estos factores tratando de homogeneizar sus características.
En nuestro siglo, a partir de la década del 50 se reemplazaron los componentes del suelo y de las plantas por tecnologías químicas. Si bien la producción se incrementó geométricamente, poco a poco aparecieron complejos problemas derivados de la contaminación por agroquímicos. Ya no importaban las condiciones del suelo o el clima; era suficiente con equilibrar las necesidades vegetales mediante productos químicos, tanto para aportar nutrientes como para eliminar plagas. La genética también aportó lo suyo generando especies de rápida respuesta a los nuevos productos.
La Agricultura y la Economía
Podemos afirmar, que hasta el presente, se ha coincidido en que el crecimiento económico continuo de una sociedad llevaba a un mejor estadio de desarrollo de la misma. Sólo ahora comenzamos a tomar conciencia que esta afirmación puede no ser tan cierta, sin intención de minimizar el mérito del actual modelo económico como potencializador del grado de crecimiento y desarrollo que ha adquirido la sociedad.
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Sin embargo, en vistas al futuro, se debe analizar detalladamente el actual modelo de desarrollo con el objeto de identificar algunas variables que resulten inconvenientes y proponer su modificación en vistas a construir otro modelo de desarrollo que tenga como condicionamiento principal un respeto especial hacia las consideraciones ambientales.
El agricultor, por condicionamientos económicos, se ve obligado a tomar ciertas medidas que, de momento, le ayudan económicamente, pero que a la larga se ha comprobado son perjudiciales para la conservación del recurso natural renovable. Está siendo estimulado a lograr rendimientos que le proporcionen una rentabilidad inmediata adecuada. Esta forma de actuar va en contra de aquellas actividades que tienden a asegurar la fertilidad del suelo a largo plazo o mantener las estructuras vegetales.
Es importante reconocer que el funcionamiento del subsistema ecológico emite siempre señales que pueden ser utilizadas por los agricultores, y que no es el conocimiento imperfecto de las mismas lo que hace que no se las use, sino la situación económica del productor.
Aún siendo una meta deseable por muchos países que sufren las consecuencias ambientales de una producción agropecuaria intensiva, la intensificación no deja de ser una necesidad para cubrir una demanda creciente de alimentos en el mundo, y aún para permitir una mayor rentabilidad en el negocio agropecuario. Hoy, a la comunidad científica y tecnológica se le exige encontrar modelos de altos insumos y producción que sean, al mismo tiempo, compatibles con la preservación del ambiente y los recursos naturales.
Mientras los sistemas sociales y políticos no valoren la eficiencia del individuo, sino tan sólo los resultados a corto plazo, no podrá desarrollarse una forma de agricultura en la que se incrementen las fuerzas de producción del suelo y se favorezca el desarrollo del ciclo biológico, porque todo esto cuesta trabajo y exige esperanza en el futuro.
La cuestión que la política económica debe resolver surge del hecho que cuando el productor agropecuario evalúa en qué invertir y qué producir toma en cuenta los beneficios que espera obtener en el corto plazo, pero no prevé que con sus decisiones actuales está comprometiendo la capacidad productiva futura de sus campos y con ello los beneficios que tanto él, como la sociedad, obtendrán en el futuro.
La política económica deberá generar incentivos para que se produzcan beneficios, que en algunas situaciones probablemente no serán aprovechados por las presentes generaciones. En otras palabras, se trata de lograr la conciliación de la satisfacción de las necesidades presentes y futuras a la luz de un uso racional de los recursos.
Desarrollo Sustentable
Para hablar de desarrollo sostenible es necesario reconciliar aspectos económicos y sociales con las dimensiones biofísicas concernientes a los recursos naturales y a la capacidad de los distintos ecosistemas de responder a las demandas a las que los someten las sociedades humanas (Girt, 1990). La sustentabilidad no es menos tecnología, sino es más tecnología pero altamente inteligente.
El desafío que supone el desarrollo sostenible radica, en última instancia, en tratar de eliminar las incoherencias existentes en los lineamientos políticos. Estos son el resultado de largos procesos de agregación de decisiones, usualmente en respuesta a problemas e intereses parciales, y con una lógica definida en función de objetivos de crecimiento económico y no de conservación de recursos y equidad intergeneracional.
El desarrollo sostenible no intenta desplazar el crecimiento como uno de los criterios del modelo de desarrollo, sino de calificarlo, básicamente en una dimensión temporal. De nada servirá, por ejemplo, el desenvolvimiento de nuevas tecnologías que enfaticen en un uso más eficiente de los recursos si se continúan aplicando en un contexto económico que promueva a “minería de recursos”
¿Modelos deseables?
Ha sido frecuente la idea de que avanzar en el desarrollo es, en gran medida, ser como lo son desarrollados. Esto es consumo y estilo de vida a imagen y semejanza de las sociedades occidentales. Sin embargo, las experiencias de los países hoy desarrollados son ejemplos indiscutibles de que no cualquier sendero de desarrollo es sostenible o compatible con la conservación de los recursos naturales. El deterioro de nuestros recursos y la no sostenibilidad son consecuencias inevitables de comportamientos lógicos y coherentes en el estilo de desarrollo que hemos elegido.
Mientras que nuestros países están realizando en los últimos años grandes esfuerzos para impulsar los cambios que posibilitarán su transformación en países modernos, los países desarrollados han usado su tremendo potencial de subsidiar para distorisionar sus realidades productivas y las del comercio internacional, deprimiendo los precios internacionales de los productos agrícolas y asegurando la continuidad del círculo vicioso de pobreza y deterioro ambiental que todos queremos evitar.
Los países de la comunidad quieren y deben mantener su agricultura y a sus agricultores por muchas razones -económicas y de otra naturaleza-. El debate sobre la agricultura, no solamente en la Argentina -y en América Latina-, sino también en Europa y quizá aún más en ésta que en Argentina, no se limita a razonamientos económicos. Se trata no sólo de dinero, sino de tierra y de gente, de costumbres y de paisajes que se han desarrollado en el curso de la historia.
La Comunidad Económica Europea, en el contexto actual, no podrá renunciar a un cierto nivel de protección ni de subsidios que permita a los agricultores lograr ingresos que se puedan comparar con los de otras capas similares de la sociedad. Pero estos subsidios deberán cambiar su forma de ser otorgados y percibidos por los beneficiarios. Tal cual se encuentran hoy día perjudican el Medio Ambiente Mundial.
En menos de un año volverán a discutirse internacionalmente, en la Ronda del Milenio de la OMC (Organización Mundial de Comercio), las condiciones comerciales de los productos agrícolas, entre otros. Es allí donde deberán entonces compatibilizarse las normas de comercio con las consideraciones ambientales para que la preservación de los recursos naturales renovables continúen aportando sus beneficios a la comunidad. Los intereses comerciales, las consideraciones políticas, los principios económicos y las preferencias sociales deberán ceder posiciones frente a la creciente demanda de alimentos y a la mejora en la calidad de vida. Si ello no ocurriese es posible enfrentar, en poco tiempo, calamidades humanas o naturales que superarán holgadamente todo lo conocido.
Actualmente se vislumbra un cambio profundo en la percepción del rol que tiene el agricultor en el conjunto de la sociedad; mientras que en el pasado su función consistía esencialmente en la producción de alimentos, se le atribuye hoy también la tarea de mantener y cuidar el espacio rural y el entorno natural. Se reconoce que, si se quieren pueblos vivos, paisajes mantenidos, bosques sanos y ríos limpios se deben asegurar las condiciones adecuadas, inclusive las condiciones financieras para que los agricultores puedan cumplir con este papel.
*Director de Argentina Ambiental
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