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En Busca del Futuro Simple

La Argentina es un país con instituciones muy débiles, donde prevalece el “sálvese quien pueda”. La moral colectiva no establece obligaciones para la conducta social, ni tampoco sanciona a quienes abusan del prójimo, evaden impuestos o roban en el gobierno.

por Jorge Bustamante*

Al distraer la atención hacia el exterior y echar las culpas a procesos distantes e incontrolables, se omite señalar que el problema argentino se origina en la falta de productividad de nuestro esfuerzo, causado por muchas razones, pero todas tienen como epicentro al Estado y sus políticas públicas. El estado como gran empleador y gastador. El Estado como regulador y gran árbitro de transferencias de riqueza entre argentinos.

Precisamente, la debilidad institucional ha alentado una puja sectorial sobre los gobernantes y burócratas, a fin de obtener a través de decisiones políticas lo que no puede lograrse por vía del mercado. En un país inestable, con alta corrupción, siempre es más fácil convencer al funcionario que al consumidor.

El resultado natural de esta manipulación de ingresos, ha sido una gran distrosión de precios relativos. Cada actividad impone un sobrecosto a la otra, y ésta, a su vez, solicita un subsidio o una protección para ser competitiva. El “costo argentino”es la suma de obstáculos e ineficiencias que nos hemos impuesto recíprocamente. Pero algo está claro: sin el apoyo estatal, sin subsidios o exenciones diferenciales, sin protecciones especiales, sin el apoyo estatal, sin regulaciones sectoriales, sin contrataciones escandalosas, no habría dichos obstáculos ni tales ineficiencias.
La Argentina tiene aún una estructura de costos internos muy desfasada de los costos internacionales. Y detrás de cada costo hay un sector que lo defiende, pivado o estatal. Y para defenderlo hay normas que los convalidan, abogados que las hacen valer en tribunales y, eventualmente, piqueteros para “mandar al frente”, cortar las calles, quemar neumáticos y aparecer en los noticiarios.

Eso explica el círculo vicioso del empobrecimiento argentino: todos los recursos son atraídos hacia un Estado, sometido por grupos de poder, que los redistribuye en forma harto deficiente. La economía languidece, sin competitividad, asfixiada por impuestos y ahogada por las tasas de interés.

COMPETITIVIDAD

El ministro Cavallo sabe que la única forma de salir de este atolladero es mediante una batalla por la competitividad. Es decir, modificar los precios relativos para que quienes deben enfrentarse con productos extranjeros puedan hacerlo. Ello implica bajar el costo del estado y eliminar regulaciones de privilegio. Eso sí: sin devaluación.

¡Menuda batalla por librarse! ¿Será posible? Mi respuesta es sí. Ante la crisis, no hay opciones. El mundo globalizado no deja lugar para piruetas o juegos de artificio. La población se informa, opina, se queja, sabe, vota, elige. Algunos votan con los pies y se van de la Argentina. Los políticos empiezan a competir con proyectos para reducir el costo de la política. Los empresarios no soportan más este nivel de recesión ni de tasa de interés. Reclaman una reducción del gasto, un control de la evasión. ¿Cuánto tardaremos en volver a la buena senda? ¿Cuándo seremos un país en serio? Pronto, muy pronto. En un futuro simple, no pluscuamperfecto.

* Abogado, Ex Subsecretario de Economía, Autor de “La República Corporativa” (Emecé, 1998)

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