Los Mosquitos ¿Cómo Controlarlos?
Nicolás Schweigmann *
COMPARTAMOS LA CASA
¿Sin razón para existir?
¿Eliminar?. No, gracias. Primero es un zumbido, luego el molesto picotazo; posiblemente, no existe un solo habitante del planeta y especialmente de nuestra región, que desconozca a los mosquitos, esos diminutos bombarderos. ¿Cómo no conocerlos? Si son los que permanentemente molestan nuestras actividades primaverales y estivales al aire libre, provocan inconvenientes y perjuicios en tareas agrícolas, ganaderas e industriales y disminuyen el rendimiento productivo.
Transmiten además, enfermedades de gran importancia, tanto a seres humanos como a los animales. Un ejemplo típico es la malaria o paludismo que, pese a las medidas adoptadas (algunas erróneas, como la fumigación aérea masiva con biocidas), en los últimos años ha recrudecido en distintas regiones del mundo, incluyendo el norte de nuestro país.
Pero si hay algo que debemos entender, es que los mosquitos forman parte de ecosistemas complejos (el nuestro, uno de ellos), en los cuales la propia Naturaleza se encarga de regular sus poblaciones, a través de los denominados enemigos naturales. Esos predadores se encuentran y actúan tanto en el ambiente acuático, donde se desarrollan en sus primeros estadios, como en el terrestre o aéreo, donde vive el mosquito adulto que todos padecemos.
Muchos somos los que nos hemos preguntado para qué sirven los mosquitos o cuál es su rol en la trama de la vida. Los entomólogos entonces nos han hecho saber, que los mosquitos constituyen una importante fuente alimenticia y de fácil captura para otros insectos, aves, arácnidos, peces y otros animales. Afirman también que, sin ellos, muchos animales insectívoros podrían sufrir escasez de alimentos, e inclusive perecer y que entonces aumentaría la población de plagas aún peores que los mosquitos. ¿Será que todo tiene que ver con todo?.
En Fichas Temáticas anteriores, ejemplificamos las razones de por qué es necesario conservar a todas las especies, incluso las que parecen dañinas a los ojos de los seres humanos. A continuación, ofrecemos una breve síntesis de las mismas:
Eticamente: cada forma de vida es única y se debe garantizar su respeto independientemente del valor que tenga para el hombre. Si somos responsables de la mayor parte del daño que se está haciendo al Planeta, es justo que hagamos lo posible para ayudar y velar por nuestros compañeros vivos del universo. Después de todo, no tenemos derecho a matarlos y destruirlos simplemente para perpetuarnos.
Estéticamente: todas las formas vivientes deben ser preservadas por su belleza, valor simbólico o interés intrínseco. El ser humano necesita de la belleza porque hace a la salud de su mente y de su espíritu.
Económicamente: los recursos naturales representan una de las principales fuentes de ingresos económicos para todas las naciones. Además, usamos organismos para alimentarnos, para los medicamentos, para químicos, fibras, telas, materiales estructurales, energía y muchos otros propósitos. De una u otra manera, todas las especies animales y vegetales nos proporcionan beneficios económicos directos e indirectos, por lo cual consumirlas hasta agotarlas resultaría absurdo, irracional y desventajoso.
Científicamente: relacionada con lo anterior, la investigación ha permitido conocer múltiples beneficios de las especies silvestres. Actualmente, uno de cada cuatro medicamentos debe su existencia a sustancias obtenidos en los bosques tropicales. Es más, se han compendiado más de 1.400 plantas selváticas que contienen principios activos contra el cáncer. Y no sólo hay productos medicinales: desde el barniz de muebles y de uñas, hasta las raquetas de tenis utilizan algún ingrediente que tiene su origen en el reino vegetal. Seguramente la Naturaleza guarda innumerables misterios que pueden ser develados para mejorar la calidad de vida humana. Preguntémonos: ¿cuántos de estos misterios estamos perdiendo con cada individuo o especie que desaparece? o, más aún, ¿cuántas se han llevado ya “su secreto a la tumba” sin haber sido siquiera descubiertas?.
Bioecológicamente: todos los seres vivos tienen su rol en la Naturaleza. La pérdida de biodiversidad origina un funcionamiento inapropiado de los ecosistemas, que son responsables de captar la energía del sol y transformarla en cadenas químicas básicas para los procesos vitales de todas las especies, incluso la humana.
Culturalmente: desde tiempos remotos, la Naturaleza ha llamado la atención de todos, a tal punto que sus imágenes y leyendas forman parte de todas las culturas. Todas estas “creencias” y “leyendas” enriquecen nuestra cultura. La desaparición de una especie significa una pérdida importante de esa herencia cultural y de nuestra identidad nacional.
En el caso particular del mosquito, no lo veamos de manera aislada, sino como parte de una compleja trama donde tienen que ver desde el sapo y el churrinche hasta la calidad del agua o de los alimentos que consumimos.
¿DE QUE ESTAMOS HABLANDO?
“Las aguas encharcadas, las inmundicias y putrefacción de toda especie son los criaderos donde pululan las larvas de tan incómodos insectos, al mismo tiempo que son el foco de las emanaciones que alteran la bondad del aire respirable.” Marcos Sastre: El Tempe Argentino, 1855. |
Para empezar a entender
Los mosquitos son invertebrados, ya que carecen de eje esquelético interno articulado; artrópodos, por sus patas articuladas; insectos, debido a que sus cuerpos están divididos en cabeza, tórax y abdomen, y poseen tres (3) pares de patas; finalmente, dípteros, pues poseen dos alas.
Los mosquitos forman parte de uno de los grupos más amplios de insectos, denominado Dípteros, debido a sus dos alas, característica que comparten con moscas, tábanos, jejenes, polvorines, flebótomos y otros; tienen, además, metamorfosis completa. Desde el punto de vista sanitario, los Dípteros conforman el grupo más importante y de ellos, los mosquitos son los más peligrosos, debido a las enfermedades que transmiten (malaria, fiebre amarilla, dengue, entre otras).
El Dr. Nicolás Schweigmann, de la Unidad de Ecología de Reservorios y Vectores de Parásitos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA, asegura que “existen más de tres mil quinientas (3.500) especies. Según una lista provisoria elaborada en 1985, de las aproximadamente doscientas ocho (208) especies citadas para la Argentina, la provincia de Santa Fe registra cincuenta y tres (53)”, de las cuales veremos las más representativas.
Las hembras depositan los huevos sobre el agua o en zonas inundables con vegetación; larvas y pupas son típicamente acuáticas y se desarrollan en cualquier tipo de ambientes por pequeños que sean, con la sola condición que sus aguas estén estancadas o tengan muy poca corriente. El último estadio, los molestos adultos que todos conocemos, son voladores.
Aunque ciertamente lo más molesto reside en sus picaduras y lo más peligroso, en las enfermedades que pueden transmitir, resulta de particular interés saber que solamente las hembras pican. Esto ocurre porque son hematófagas, pues necesitan disponer de las proteínas que la sangre contiene para desarrollar los huevos fecundados. Destacamos que hay especies con marcada preferencia por sangre humana; otras se alimentan de la que obtienen de animales, y muchas son indiferentes al origen de su alimento, por lo que pican indiscriminadamente.
Al igual que otros insectos, los mosquitos están equipados con quimiorreceptores, combinación del sentido del olfato y un sentido del tipo radar, con el cual captan las ondas de calor y los olores emanados de nuestro cuerpo. La “nariz” de la mayoría de las especies está localizada en sus velludas antenas, pero algunas tienen sentido del olfato en los pelos de las patas.
Sin embargo, no todos los seres humanos sufren sus picaduras por igual: es decir, pican a algunas personas y a otras, no. Estudios recientes indican que nuestro aliento, o la cantidad de respiración, puede/n ser la causa de atracción. Ciertos mosquitos pueden sentirse atraídos por grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) exhalados por ciertas personas, mientras que otros resultan repelidos por la misma causa. Otra posibilidad, podría tener que ver con los colores que vestimos; en sus experimentos en la Universidad de Ontario, Canadá, el Dr. W.A. Brown descubrió que el 10% de los mosquitos se posaba en trajes de color claro y el resto (¡el 90%!) sobre trajes oscuros. En general, cuanto más claro es el color, menos mosquitos atrae.
Los machos, por su parte, se alimentan con sustancias vegetales y aunque quisieran picar, no están equipados para hacerlo.
Ciclo biológico
Con el fin de intentar el control de las poblaciones de mosquitos, el primer tema consiste en conocer bien su ciclo biológico. De hecho, ya estamos sabiendo que cualquier masa de agua estancada, por escasa que sea, puede resultar un criadero adecuado.
Según las especies de que se trate, los desoves incluyen entre cien (100) y cuatrocientos (400) huevos. Su puesta y evolución tienen lugar durante períodos cálidos, en la superficie de charcos y lagunas poco profundas, entre la vegetación de zonas bajas, en suelos inundables, en plantas que retienen agua, en huecos de troncos o piedras, en las huellas que dejan los animales que se desplazan por suelos arcillosos, y muchos otros sitios.
Pero como los lugares naturales parecen haberles resultado insuficientes, se han adaptado a diversos ambientes construidos por el hombre como embalses, pequeñas represas, pozos, cavas, cunetas, piletas, alcantarillas, tanques y cualquier otro recipiente que pueda retener agua, por pequeño que sea. Así, debemos tener presente que latas, botellas, potes, floreros, neumáticos y cualquier otro elemento que contenga agua durante algunos días, se convierten en ambientes más que apropiados para que sus larvas proliferen sin ningún tipo de obstáculos. Esto explica, en buena medida, la frecuente aparición de mosquitos en lugares y zonas donde no hay ambientes acuáticos naturales cercanos.
Ciclo biológico del mosquito
En la actualidad, un equipo de la Universidad Nacional del Litoral dirigido por la Lic. Alicia Guidotti, está realizando un trabajo de campo en la ciudad de Santa Fe. De las muestras recogidas, se pudo establecer que en un cucha-rón de agua recogido en una cuneta, la cantidad de larvas de varias especies de mosquitos en sus distintos estadios, superaba las mil setecientas (1.700).
Sugerimos al lector a verificar en los alrededores de su casa, cuántos depósitos de agua puede haber del volumen de un cucharón (o menos), viva en el barrio en que viva. O también, el balde en el fondo o patio de la casa, una regadera o un macetero sin drenaje: todos constituyen, con el calor, criaderos ideales de mosquitos.
Con el paso de los días las larvas crecen, pero como su cubierta exterior no es elástica, deben cambiarla. Se suceden así cuatro (4) mudas, al tiempo que con cada una de ellas, aumentan de tamaño. Aunque la forma y características de estos cuatro estadios larvales son muy similares, sólo los más grandes resultan fáciles de distinguir. Muy móviles, las larvas se alimentan de pequeños organismos presentes en el agua o de sustancias orgánicas disueltas en ella, lo que incluye larvas de otros mosquitos.
Las larvas del cuarto estadio mudan por última vez y se transforman en pupa, cuyo aspecto típico es el de una coma o signo de pregunta. Las pupas no se alimentan, son muy móviles y en ellas se producen rápidamente importantes modificaciones morfológicas y fisiológicas, que incluyen la formación de las alas y otros órganos del futuro adulto, que le permitirán adaptarse al cambio del ambiente acuático al terrestre o aéreo. Al cabo de un par de días, como máximo, las pupas suben hasta la superficie del agua y se rompe la estructura membranosa externa, de la que emergen los adultos. En general, los machos viven entre ocho (8) y diez (10) días, aproximadamente; las hembras, en cambio, pueden llegar a vivir alrededor de treinta (30) días.
Transcurrido un tiempo breve, que depende en principio de las condiciones ambientales, hembras y machos copulan. Como las primeras necesitan sangre para el desarrollo de los huevos fecun-dados, pican nuevamente en forma muy activa, especialmente en la época estival. Luego desovan en alguno de los ambientes mencio-nados y, a partir de esos huevos, se inicia una nueva generación de mosquitos. La frecuencia de estas generaciones y su importancia, dependen de los requerimientos de cada especie y de las condiciones regionales ambientales, principalmente en cuanto a temperatura y humedad. Por ello, en nuestra zona se los encuentra comúnmente desde el inicio de la primavera hasta avanzado el otoño.
Las numerosas especies existentes (unas 3.000 en todo el mundo), hacen que sus hábitos sean sumamente variados. Debido a ello, hay especies que “pican” durante el día, mientras que otras lo hacen al atardecer o en la noche; en el interior de las vi-viendas y en sus cercanías, o en zonas isleñas con abundante vegetación, como ocurre, por ejemplo, con las del género Haemago-gus en el norte del litoral argentino.
Existen, además, especies que tienen una o muy pocas genera-ciones por año, pero otras pueden tener varias, lo que algunos autores llaman culicidismo residual. El culicidismo residual consiste en que las hembras dejen sus huevos (incluso en sitios secos) para que permanezcan en un estado de letargo o latencia, hasta que las condiciones ambientales resultan adecuadas para que las larvas puedan eclosionar.
En el período primavera-verano-otoño y en una zona de clima templado, se producen alrededor de quince (15) generaciones de mosquitos.
¿Cuáles enfermedades pueden transmitir?
Corría el año 1878 en China, cuando el inglés sir Patrick Manson demostró por primera vez, la intervención del mosquito Culex quinquefasciatus como vector de la filariasis. En 1897 se probó que ciertos tipos del Anopheles transmiten el paludismo y en 1898, el futuro premio Nobel – H. H. Ross- daba la clave de la trans-misión de la malaria. Por su parte, en 1900, un equipo de inves-tigadores estadounidenses demostró que el Aedes aegypti era transmisor de la fiebre amarilla. Se acusa ahora a otras especies malignas de transmitir varias formas de encefalitis o “enfermedad del sueño”.
CULICIDOS: los más comunes La familia de los Culícidos engloba a los mosquitos propia-mente dichos, de los que hay más de mil seiscientas (1.600) especies. A su vez, de los Dípteros, los mosquitos son los más importantes por su papel en la transmisión de enfermedades y de ellos, los principales géneros son Anopheles, Aedes y Culex. Al Anopheles, cuyo nombre significa importuno, lo podemos distinguir por las manchas oscuras de las alas, que no poseen los otros. De las más de 200 especies descriptas, sólo un par de docenas representan el peligro de la transmisión de la malaria. El Culex es el más frecuente en nuestra región y, afortuna-damente, raras veces transmite enfermedades. Un naturalista del siglo XVIII, Fabricius, lo describió acertadamente como insectum pipiens susurro continuo puncturaque molestissimum (pipiens significa que zumba). Son los que suelen entrar al interior de las viviendas y en las regiones cálidas pueden transmitir la filaria de Bancroft. Aedes significaba cantor en la Grecia antigua. La especie más conocida es Aedes aegypti, que se distingue por tener bandas bandas blancas y negras en las patas y en el abdomen. Son espe-cies que pican a menudo al ser humano, y algunas casi pueden ser calificadas como animales domésticos, siendo ayudados en esto por su zumbido muy débil y sus hábitos de esconderse detrás de mue-bles y cuadros. Suelen picar de día, al amanecer o por la tarde. Las principales enfermedades de las que pueden ser portadores, son la fiebre amarilla y el dengue. Los Culícidos, en conjunto, son mucho más abundantes considerados numéricamente en las regiones septentrio-nales que en los trópicos, aunque su peligrosidad como vectores de enfermedades está prácticamente limitada a las zonas cálidas. |
Esquema general de adultos macho y hembra de Culícidos
(Rediagramado de Forattini, 1962) El rol del mosquito como vector (o sea, transmisor de enfermedades) es realmente fundamental, pues actúa como intermediario en una cadena constituida por el hombre enfer-mo, el díptero y el hombre sano. Por ejemplo, cuando pica al malárico, el insecto toma sangre junto con los protozoos causantes de la enfermedad; una vez en el estómago del mosquito (ya infec-tado) los protozoos sufren transformaciones hasta enquistarse en las paredes de aquél, de donde pasa a las glándulas salivares. Así, en el momento que pica a una persona sana, le inocula con su saliva los causantes de la enfermedad, con lo que cierra el ciclo. Es de destacar que no todos los agentes patógenos siguen el mismo sistema, pero sí les sirve el insecto como transporte hacia otros eslabones de la cadena.
Las enfermedades más comunes son:
a- Malaria
La malaria (“aire malo”), también llamado paludismo, es una dolencia causada por un protozoo del género Plasmo-dium. Provoca fiebres alternantes (terciarias, cuartanas) y fuerte anemia, a consecuencia de la destrucción de los eritroci-tos de la sangre. Puede ser mortal en los niños si no es tratada, y permite contraer otras enfermedades, ya que el organismo queda debilitado.
Ha sido, probablemente, una de las enfermedades histórica-mente más importantes y que ha causado numerosas víctimas. Ac-tualmente, existen focos maláricos en América del Sur (1.100.000 de casos sólo en 1989), Africa y Extremo Oriente.
b- Fiebre amarilla
Enfermedad infecciosa, grave y aguda, característica de las zonas tropicales. Se presenta con fiebre, postración, náusea y vómitos; comúnmente hay síntomas hemorrágicos. Es producida por el virus de la fiebre amarilla y transmitido por distintas espe-cies de mosquito. No se transmite por contacto directo ni objetos contaminados.
Es característica de varios países americanos, desde México hacia el sur, por toda América Central, aunque también existe en varias zonas de Africa.
Una epidemia en Buenos Aires, en 1871, dejó un saldo aproxi-mado de 15.000 muertos. El ser humano se infecta por la picadura de mosquitos de distintas especies. Entre ellos, el principal es el Aedes aegypti, que convive con los seres humanos en sus casas.
c- Dengue
Infecto-contagiosa de zonas tropicales; la transmite el mosquito Aedes aegypti y los virus productores son de cuatro tipos: 1, 2, 3, y 4. Es una enfermedad febril, con cefalalgea, dolores articulares y musculares, con una erupción que suele aparecer 3 ó 4 días después del comienzo de la fiebre. El ser humano es el reservorio junto con el mosquito.
No se transmite de una persona a otra, sino por la picadura del mosquito que se vuelve infectante 8 a 11 días después de haberse alimentado con sangre del enfermo y continúa siendo infectante por toda su vida.
d- Filariasis
La transmite la picadura de los mosquitos Culex, Aedes y Anopheles, que alberga las larvas infectantes de nemátodos. El reservorio es el ser humano que la tiene en la sangre y la fuente inmediata de infección es el mosquito. Sus manifestaciones agudas son fiebre, hidrocele y se caracteriza por producir hinchazones en las extre-midades y en ciertas glándulas. A veces acaba en elefantiasis. Es endémica en las Antillas, costas de América Central, China, Japón, Corea.
Aparte de las enfermedades mencionadas, el Dr. Schweigmann nos señala que “entre las filariasis transmitidas por mosquitos en nuestro país hay una muy común, por lo menos en la ribera bonaerense. Es la Dirofilaria Inmitis, cuya transmisión normalmente se produce entre mosquitos y perros. Puede afectar seriamente la circulación sanguínea de estos animales ya que se forman manojos de “gusanos” en uno de los ventrículos. La relación entre la presencia de esta enfermedad en las riberas puede deberse a que el vector Mansonia titillans es un mosquito ribereño. Pero actualmente, la reintroducción de Aedes aegypti en casi toda la región templada de nuestro país (citado en la bibliografía como un muy buen vector de Dirofilaria inmitis) podría provocar que la dirofilariasis se extienda a zonas más alejadas de la costa”. Por otro lado, Culex pipiens o Culex quinquefasciatus “es vector de la encefalitis de San Luis” – enfermedad exclusiva nuestro continente -, “flavivirus que se transmite normalmente entre aves y mosquitos, pudiendo el hombre infectarse de manera accidental”. Forma de transmisión de enfermedades a través del mosquito (genérica)
¿COMO LO CONTROLAMOS?
“Así es como el hombre, por no observar las leyes de la naturaleza y creyendo muchas veces librarse de un animal nocivo o de un árbol inútil, destruye el equilibrio de la creación y ocasiona las plagas que a la vez consumen su riqueza y su salud.” Marcos Sastre: El Tempe Argentino, 1855. |
El maravilloso y eficiente trabajo realizado de manera silenciosa y gratuita por los agentes climáticos adversos y por los predadores naturales, garantizan el control sobre la cantidad de mosquitos. Aún así, no es suficiente: frecuentemente, por distintas razones y de manera natural, se producen verdaderas explosiones demográficas de mosquitos que desequilibran al sistema por un tiempo hasta que éste vuelve a poner las cosas en su lugar por sí solo. Ese lapso es el que presenta mayores inconvenientes para las actividades de los seres humanos. Por otro lado, mientras en las islas y bañados se libran combates por la supervivencia minuto a minuto, en nuestras ciudades les brindamos un hábitat cómodo y sin muchos predadores naturales a la vista: latas, recipientes varios, cunetas, desagües tapados, cubiertas en desuso, botellas, escombros, floreros, son los criaderos urbanos que los seres humanos predisponemos para ellos.
Por lo tanto, la primer cuestión que debemos plantearnos es qué interpretamos por mantener a las poblaciones de mosquitos en niveles aceptables o de tolerancia, tal como lo pide la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Si por nivel aceptable consideramos la eliminación lisa y llana, generaremos un problema ambiental al exterminar una especie; por el contrario, si lo aceptamos como a un ser vivo más, la estrategia para controlarlos será distinta. Existen métodos correctos e incorrectos para “tolerarlos”: los primeros se basan en la prevención con participación comunitaria, el uso apropiado de controles naturales y distintas aplicaciones biotecnológicas, mientras que los restantes incluyen una batería de productos químicos altamente tóxicos que ponen en peligro a todos los seres vivos y que no tienen efectos permanentes, al menos para esos insectos.
Una de las posturas adoptadas en la actualidad, es el control integrado (al cual ya hicimos referencia en la Ficha Temática Suelo). El término Control de una plaga NO significa exterminarla (pues generalmente resulta impracticable e inconveniente tanto ecológica como económicamente), sino mantenerla en un estado determinado o limitar su población de manera tal que los daños que ocasione se mantengan en un nivel tolerable o relativamente inofensivo. Por Integrado, entendemos que se inten-ta reunir varias partes en un todo: en el sentido de la lucha contra las plagas, integrar es considerar todas las diferentes maneras en que se puede combatir una plaga y reunirlas de un modo económico dentro de un patrón lógico, que implica conocer o buscar cuáles son las alternativas posibles.
Dentro de este contexto, las medidas a implementar presuponen que las distintas especies se encuentran interrelacionadas dinámicamente, lo que permite que el equilibrio ambiental pueda mantenerse vigente, aún si alguna o unas pocas son eliminadas. En tales casos, los reajustes habitualmente resultan factibles y el equilibrio se restablece rápidamente. Pero si se extermina a todo un grupo de especies que comparte un nicho ecológico común, y éste queda vacante, la vida en ese lugar se deteriora, se desequilibra. A veces, definitivamente.
Pero el detalle radica en que el equilibrio ecológico resul-ta imprescindible para que pueda existir cualquiera de las infi-nitas formas de vida, inclusive la nuestra. Por otra parte, entre los numerosos seres que se encuentran en un determinado sitio (en el caso que nos ocupa, podría ser una charca), sólo las larvas de los mosqui-tos nos resultan perjudiciales, lo que nos plantea una pregunta que implica un desafío: ¿Cómo eliminarlas sin afectar a las demás especies? ó ¿cómo combatir eficazmente a las larvas de mosquitos sin causar un desastre ambiental?
Para no destruir el equilibrio, surgió la idea de la lucha biológica inducida artificialmente, que no es otra cosa que controlar una especie perjudicial con otra que se incorpora al área justamente con ese propósito. Ya en 1888, Albert Koebele envió de Australia a los EE.UU. el primer embarque de pequeñas moscas, Cryptochaetum iceryae, destinadas a controlar las escamas de los cítricos. No obstante, este tipo de práctica debe ser cuidadosamente controlada, para evitar que la especie controladora o “salvadora” no se multiplique y se convierta, a su vez, en plaga, con lo que resultaría peor el remedio que la enfermedad. Al respecto, existen experiencias de control biológico sobre mosquitos: expertos japoneses trajeron a nuestro país vistosos alguaciles (reconocidos depredadores del mosquito) de color negro y azul: al cabo de un tiempo los mosquitos disminuyeron, pero tiempo des-pués, también los alguaciles lo hicieron pues, al ser tan pintores-cos y llamativos, despertaron el hambre de los pájaros insectívoros.
¿Y si se represa el Paraná Medio?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) puntualizó hace ya tiempo que, como producto de patologías propias de represas y embalses de origen antrópico, actualmente existen en el mundo 300 millones de palúdicos, 200 millones de enfermos de esquistosomia-sis y millones de muertos.
Sumado a esas cifras, al momento de escribir estas líneas, pende sobre los habitantes de nuestra región litoral, la amenaza de construir una megarepresa que inundará un millón de hectáreas, sobre el tramo medio de nuestro río Paraná.
Un Informe conjunto de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Meteoro-lógica Mundial (OMM) y el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, especifica que “dentro del Cambio Climático Glo-bal, el litoral fluvial argentino está señalado como zona vulne-rable”.
Zona vulnerable significa exactamente “una región de clima templado con alta probabilidad de ser alterada por el calenta-miento global y el corrimiento hacia el sur del clima de los trópicos”. Más adelante, recuerda que “el norte de nuestro país limita hoy con zonas endémicas de enfermedades tropicales como el paludismo (malaria), el dengue hemorrágico, brotes urbanos de fiebre amarilla y el cólera”.
Y para finalizar, agrega que “el clima subtropical y los cambios esperados para los próximos años, convertirán a la zona del Paraná Medio en un área apropiada para la reproducción de vectores transmisores de enfermedades y sus parásitos; sobre todo si con la construcción de megarepresas se altera el equilibrio de los ecosistemas y las poblaciones de especies controladoras de plagas”. Aún así, nada puede hacerse si el trabajo de controlar a los mosquitos no se convierte en algo permanente. En Panamá, la casi total erradicación de los mosquitos, insumió un plan de cinco años de trabajo y, desde entonces, un sistema de control continuo. En Cuba, donde el clima tropical propicia un excelente caldo de cultivo, se inició a principios de 1960 una campaña de carác-ter nacional sumamente ambiciosa que involucró el trabajo de más de 6.500 perso-nas y una serie de medidas extremas de mantenimiento: se prohibieron los recipientes de agua en los cementerios, se desecaron lagos y se impidió el uso de ciertas plantas, como ligustrinas. Naturalmente, el proyecto involucró severas penas, una primera etapa de ataque y una segunda de mantenimiento. Pero el dengue (transmitido por el Aedes aegypti), que en 1981 había producido 158 muertes, está controlado desde hace tiempo y la infestación de las viviendas bajó del 11% al 0,1% .
En el mismo sentido, resultan auspiciosas las informaciones de un grupo de científicos que logró bloquear la capacidad del mosquito para transmitir el dengue, modificando su estructura genética. Aseguran que, con el tiempo, esto será tambíen posible con otras enfermedades graves, como la fiebre amarilla. La experiencia, lograda en laboratorio en 1996, todavía debe recorrer un largo trecho hasta ser aplicable a gran escala. El trabajo consistió en modificar el sistema transmisor de la enfermedad a nivel genético: lo importante sería transmitir dicha característica de generación en generación. Cuando esto se logre, los animales modificados genéticamente podrán ser liberados para que se mezclen y reproduzcan con los que están en estado natural, lo que daría, con el tiempo, mosquitos que no podrían transmitir la enfermedad. Un punto considerado fundamental por el equipo de investigadores fue mantener las características “normales” de los mosquitos; es más, señalaron que es muy importante para el control de las enfermedades que el insecto modificado se mantenga lo más parecido posible a los originales, que sean fértiles, que puedan volar y que compitan adecuadamente con los mosquitos comunes, y que lleguen, incluso, a reemplazarlos.
Como vemos, poniendo en práctica costumbres arraigadas en la población (por ejemplo, utilización de telas mosquiteras), apelando a la conciencia de los ciudadanos para evitar la acumulación de agua y respetar los predadores naturales, y aplicando lo que la ciencia día a día descubre, podremos mantener bajo control a los mosquitos de una manera tal que no afecte demasiado al ambiente.
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Comenzamos esta Ficha Temática explicando que debemos enten-der y aceptar el hecho de que los mosquitos forman parte de ecosistemas complejos, en los cuales la propia Naturaleza se encarga de regular sus poblaciones. Ahora, si bien mosquitos hay en muchas partes, únicamente en algunas zonas se han convertido en plaga y la lucha contra ellos reviste varias modalidades.
Una de las maneras correctas (y también de las más adecua-das, a nuestro criterio) es el sistema de la denominada lucha biológica; es decir, el control natural de las poblaciones, del que se encargan los denominados los enemigos naturales o predado-res de los mosquitos, que se encuentran y actúan tanto en el ambiente acuático como en el terrestre o aéreo y que incluyen ciertas aves insectívoras, algunas especies de murciélagos, ranas, sapos, peces larvívoros, diversos insectos como alguaciles o libélulas, pequeños ácaros, ciertos parásitos, hongos y bacte-rias, entre muchos otros organismos que los atacan.
Las larvas y pupas, por ejemplo, son atacadas por innumera-bles animales acuáticos, entre ellos, voraces larvas de libélu-las, peces larvíboros, renacuajos, y larvas y adultos de algunos coleópteros.
Los adultos, en cambio, tienen otro tipo de enemigos. Algu-nos los atacan cuando están en reposo, como ciertas arañas, hormigas y ciertas chinches carnívoras, pero en el aire tienen sus peores enemigos, como las libélulas, pájaros insectívoros y murciélagos, que llegan a ingerir hasta setecientos (700) mosqui-tos en una salida al atardecer.
Debemos tener en cuenta además, que la gran diversidad de ambientes y hábitos, y su consecuente complejidad, obligan a tomar distintas medidas de saneamiento básico, y la realización de permanentes tareas de control.
No solamente el perro es el mejor amigo del hombre El ser humano parece no entender ni mucho menos valorar a aquellas especies que le “dan una muy buena mano” para mantener el control de este insecto asociado inevi-tablemente con la época estival. Entre los insectos, nos encontramos con copépodos (“pulgas de agua”), alguaciles, incluso sus larvas, y arañas; anfibios, como el escuerzo, el sapo y la rana, en todos sus estadios; peces larvívoros; aves insectívoras, y mamíferos, como el murciélago. Presentaremos a algunos de ellos por orden alfabético: ALGUACILES y LIBELULAS: pertenecientes al orden de los odonatos, se reproducen en cuerpos de agua dulce, ya que en ellos desovan y allí se desarrollan sus larvas. Existen más de cinco mil (5.000) especies, la mayoría de ellas beneficiosas. Para cazar, se guían con la vista y son depredadores de mosquitos, moscas y jejenes, a los que devoran tanto en estado larval como adultos. AVES INSECTIVORAS: la familia de los tiránidos, endémica de América, está representada por 120 especies en nuestro país. Los de mayor tamaño, son de naturaleza audaz y agresiva, lo que justifica el nombre Tyrannidae que recibe la familia. Salvo unas pocas especies, que son de colores llamativos, el plumaje de los tiránidos es apagado; casi todos son de color gris, castaño u oliváceo en la parte dorsal y blancuzco o amarillo más o menos vivo en la ventral. No son buenos cantores pero en ciertos casos se distinguen por sus fuertes y peculiares gritos. Su alimentación principal son los insectos pero las especies de mayor tamaño pueden agregar otras presas como lagartijas, roedores y aves pequeñas. Las especies más conocidas -a través de sus nombres vulgares- son el churrinche o brasita de fuego, monjitas, dormilonas, viuditas, mosquetas, piojitos y benteveos. ESCUERZOS: Estos poco agraciados y voraces anuros no son -como se cree- venenosos; poseen una alimentación carnívora, tanto en estado larval como adulto. En este último caso la dieta consta fundamentalmente de invertebrados como insectos y caraco-les, anfibios, reptiles y de crías de aves y pequeños mamíferos. Ocultos entre los pastos cercanos a algún cuerpo de agua, los escuerzos permanecen escondidos al acecho (salvo en época de reproducción), en procura de una presa. La piel de estos animales está recubierta de pequeñas granulaciones que, a diferencia de las del sapo, carecen de glándulas venenosas. MURCIELAGOS: Son los únicos mamíferos voladores, con más de 950 especies distribuidas por todo el planeta. El 70% de ellas son insectívoras y benéficas para el hombre. Varían en tamaño y aspecto, de acuerdo con sus costumbres alimenticias y los lugares donde les toca vivir. Algunas especies insectívoras llegan a consumir hasta quinientos (500) mosquitos por hora. Contrariamen-te a las creencias populares, los murciélagos no son ciegos, pero para ver de noche y poder alimentarse de insectos, han desarro-llado un sofisticado sistema similar al sonar, cuya denominación correcta es ECOLOCACION, que consiste en un chillido de alta fre-cuencia que, al rebotar en un objeto (presa u obstáculo), les permite identificar con certeza qué o quién está adelante. Ade-más, las orejas presentan un gran desarrollo para escuchar mejor y decodificar el sonido rebotado. PECES LARVIVOROS: Hay más de doscientas (200) especies, desde las mojarras hasta el dorado. También se encuentran los Cíclidos, cuyos representantes regionales -entre otros- serían la madrecita, quitasueño y sanpedro. RANAS: Distribuidas en varias regiones de Argentina, las ranas se caracterizan por sus hábitos de vida cercanos a los cursos de agua, aunque algunas habitan en las hierbas, matorrales o incluso árboles, por los que se desplazan fácilmente. Se caracterizan por la variación en el color, que responde a diferencias individuales, a mimetización y a diferenciación entre las subespecies. Mientras están en estado larval -renacuajo-, son voraces predadores de sus compañeros de charco, incluso a los de su misma especie. Los adultos son fundamen-talmente insectívoros y capturan a sus presas -igual que otros anfibios- valiéndose de su lengua retráctil y pegajosa. SAPOS: Rechonchos, con boca enorme, piel rugosa y ojos saltones, siempre han cargado con fama de grotescos, poco agraciados y antihéroes por excelencia en el folklore nacional. Son anfibios, porque pasan la mitad de su vida en tierra y la otra en el agua; sufren una metamorfosis que va desde el renacuajo hasta el sapo adulto. Tienen ojos grandes y muy desarrollado el sentido de la vista, pues comen insectos (mosquitos, entre ellos). Su lengua está afirmada adelante, enrrollada y parece un látigo pegajoso. De esa manera, cuando avistan su presa, estiran la lengua, el insecto queda “pegado” y lo engulle. Tienen una glándula parótida que segrega una sustancia tóxica de función defensiva; ella le permite que el atacante lo suelte. |
CUANDO EL SER HUMANO INTERVIENE…
“…ni los experimentos de laboratorio ni la teoría general son adecuados para predecir el comportamiento de cada una de las miles de sustancias químicas nuevas que el hombre está introduciendo constantemente.” Eugene P. Odum |
Asesinos de la vida
La denominación de insecticidas, plaguicidas, pesticidas, hormiguicidas, etc., como biocidas proviene del hecho cierto que matan toda forma de vida (bio-vida). Son productos químicos de fabricación antrópica para combatir diversos tipos de plagas.
Según su aparición en el mercado, basado en el descubrimiento de nuevas moléculas químicas tóxicas para las plagas, los biocidas se clasifican en:
Organoclorados: Aldrin, Dieldrin, Heptacloro y similares. Estimulan el sistema nervioso, provocan irritabilidad, cefaleas, malestar, seguidos de mareos, náuseas, vómitos, contracciones musculares involuntarias, crisis convulsivas y depresión respira-toria.
Organofosforados: Parathion, Malathion, Diazinon, Febitrotin y similares. Inhiben la acetilcolinesterasa. Pueden ocasionar sudoración, salivación abundante, lagrimeo, debilidad, mareos, dolor de estómago y visión borrosa, seguido de contracción de pupilas, vómito, dificultad respiratoria, colapso, calambres y crisis convulsivas.
Carbamatos: Aldicarb, Carbofurán, Metomil, Carbarilo y similares. Actúan en forma similar a la de los organofosforados.
Piretroides: Aletrina, Deltametrina o Decametrina, Cepermetrina y similares, son estimulantes del sistema nervioso central. En dosis muy altas pueden producir daños permanentes o por largo tiempo en nervios periféricos.
En La Plaga de los Plaguicidas, la Dra. Argelia Lenardón explicaba que las principales características de todos los biocidas son su persistencia, liposolubilidad, toxicidad, escasa selectividad y riesgo para todo tipo de vida, incluso la humana. Los expertos advierten que el uso irresponsable de biocidas está produciendo cepas de bichos “monstruos”: ahora existen unas 30 especies a las que nada puede matar.
Efectos de las fumigaciones
El uso de biocidas para la fumigación aérea masiva indiscriminada, consti-tuye una práctica inoperante y obsoleta desde hace muchos años, en todos los países desarrollados a los que tanto pretendemos imitar, principalmente por favorecer la creación de cepas resistentes en el mediano plazo y por los efectos aún no bien definidos de la bioacumulación en los seres vivos.
A pesar de las tareas de concientización encaradas por el Centro de Protección a la Naturaleza luego de las fumigaciones aéreas masivas de 1978 y 1979 que sufriera la ciudad de Santa Fe, existen todavía muchos que siguen “clamando” por la fumigación aérea masiva con biocidas cuando llega la primavera. Es probable que este tipo de actitudes permanezca caprichosamente enquistada en nuestra sociedad, porque aún no se ha logrado entender que los resultados de esta técnica errónea son siempre transitorios y de eficacia relativa.
¿Por qué? En primer lugar, porque la fumigación aérea sólo ataca al mosquito en vuelo y no a los huevos, larvas o pupas, que siguen con su crecimiento normal. A continuación, y como directa consecuencia de lo anterior, hay reposición inmediata de nuevos ejemplares de mosquitos con escasos controles naturales a la vista, puesto que han sido eliminados durante la fumigación dada la escasa selectividad de los biocidas. En febrero de 1987, el Lic. Carlos Zapata comentaba que la mayoría de los biocidas que se utilizan para fumigar matan al adulto y no a la larva o al huevo; entonces cada siete (7) días tendríamos una eclosión de mosquitos y habría que fumigar nuevamente. Luego, y tal como ocurre con otros insectos y debido a un enorme potencial genético de adaptación (similar al de las cucarachas), los mosquitos desarrollan una rápida resistencia genética, que exige que los biocidas deban ser cada día más tóxicos. Además, es sabido que los biocidas actúan en forma directa sobre todos los demás organismos vivos vegetales y animales, lo que incluye a los enemigos naturales del mosquito, a los alimentos, a las materias primas, al ambiente y a nosotros mismos, ejerciendo distintos efectos, todos ellos negativos o de consecuencias impredecibles. Resulta imprescindible que comprendamos que mientras más biocidas utilicemos, más mosquitos ten-dremos. Por ejemplo, si en 1965 existían ciento ochenta y dos (182) cepas de insectos y ácaros resistentes a los biocidas, en 1979 ya se conocían casi cuatrocientas (400).
El “contraataque” devastador del paludismo o malaria en los últimos años, confirma de que no hay excepciones a la regla. En efecto, desde que en 1898 se descubrió el ciclo vital del Plasmodium y el papel del mosquito Anopheles como vector, el paludismo fue combatido a partir del control de charcas y ciéna-gas y el uso de fármacos como la quinina. Al principio se obtuvo éxito pero, después de 1934, las campañas se centraron en el rociamiento con DDT y otros biocidas contra los Anopheles, lo que pronosticaba la erradicación completa de la enfermedad. En la India, en 1966, se registró un mínimo absoluto de cuarenta mil (40.000) casos, debido también al uso de la cloro-quina, el medicamento de elección para tratar a los enfermos; pero ocurrió un resurgimiento “espectacular”, con 1.430.000 casos en 1972, llegando a contabilizarse seis millones (6.000.000) en 1976. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconocía que hacía ya mucho tiempo que los malariólogos sabían que el paludismo era capaz de contraata-car. La resistencia del mosquito al DDT y al Dieldrin, era ya un hecho conocido. De acuerdo con los investigadores, ocurre que los insectos sobrevivientes de una población fumigada, dan lugar a nuevas poblaciones (denominada “cepas”) resistentes, mecanismo que se repite a nivel de los microorganismos. Si llegara a darse simultáneamente en un lugar resistencia de los Anopheles y del Plasmodium, lo que es muy probable en el futuro, se producirá un brote de la enfermedad difícilmente combatible con ayuda de métodos químicos.
La resistencia de los mosquitos se produce ante todos los biocidas. De igual forma, lo anteriormente expuesto demuestra no sólo la resistencia genética que desarrollan estos organismos al “tratamiento” con biocidas, sino además, la resistencia con determinados medicamentos que adquieren las enfermedades de las que es vector el mosquito.
Además, aparece el problema de la bioacumulación o “contaminación a pequeñas dosis” que aumenta o magnifica los efectos de los biocidas al concentrarlos a medida que ascendemos en las cadenas y redes tróficas. “La acumulación biológica ha sido una gran sorpresa para los científicos y tecnológos de la física, quienes se mostraban entusiastas respecto a la idea de que “la solución a la contaminación es la dilución” o, en otras palabras, la creencia de que el veneno podría dispersarse rápidamente en los vastos confines de la Naturaleza”, afirma el ecólogo Eugene P. Odum, quien cita un estudio realizado en Long Island, EE.UU., en el que se observa la concentración de DDT, un poderoso biocida organoclorado, en los factores bióticos y abióticos del lugar: mientras que en el agua se encontraba 1 ppm (parte por millón), el plancton tenía 800 ppm., los ciprínidos (peces) 11.600 ppm, los peces depredadores 34.600 ppm y las aves piscívoras, 92.000 ppm.
Recientemente, y vinculado con el tema que nos ocupa, un equipo interdisciplinario realizó un interesante estudio en los partidos de San Martín y Tres de Febrero de la provincia de Buenos Aires. Si bien el tamaño de la muestra estudiada no era representativa del conjunto total de la población, los científicos sugieren en su informe una serie de conclusiones provisorias, entre ellas, que “la gran cantidad de criaderos de mosquitos hallados contrastan con los elevados porcentajes de uso de repelentes (72%) e insecticidas (59%), señalando la ineficiencia de dichas medidas de control, ya que la presencia de criaderos es el resultado de insectos que lograron ingerir sangre”.
Larvicidas biológicos: una solución adecuada
A veces, para controlar biológicamente a ciertos insectos, se les provoca una de sus enfermedades infecciosas. El Bacillus thuringiensis o Bt, reconocido en 1902 como agente patógeno del gusano de seda, comenzó a ser utilizado en 1938 como oruguicida, contra diversas larvas de lepidópteros (isocas, orugas militares, bicho canasto y otros). El Bt es, por ahora, el único biocida biológico que figura en los nomencladores del comercio interna-cional.
Sin embargo, hasta 1976, ninguna de las 13 variedades de Bt, resultaba efectiva contra las larvas de los mosquitos. En ese año, un equipo de contralor de aguas de riego utilizadas en el desierto israelí de Neguev, inesperadamente comprobó la total ausencia de larvas de mosquitos en las lagunas de decantación de los desagües cloacales de Hulda, hecho sólo explicable por la presencia de algún compuesto químico o biocida. Los técnicos actuantes extrajeron varias muestras y, por las dudas, prohibie-ron utilizar el agua. Al realizarse los estudios, en el laboratorio no se encontró ningún tóxico ni biocida químico. En cambio, se halló una gran cantidad de esporas vivas de Bt.
En 1977, Goldberg y Margalit publicaron el primer estudio acerca de la efectividad y rapidez de acción de esas esporas contra las larvas de los Anopheles, Culex, Aedes y otros mosquitos. Al año siguiente, en París, de Barjac determinó que se trataba de un nuevo serotipo o variedad de Bt, la décimocuarta (14†): el Bacillus thuringiensis, var. israelensis, también llamada H14 o Bti. Por su parte, la revista Pest Control de los EE.UU., publicó en abril de 1982, que funcionarios del Grupo de Investigación de los Sistemas de Control de Vectores en el Laboratorio de Bioingeniería Médica del Ejército de los EE.UU, habían llegado a la conclusión en que los rápidos resultados del Bti contribuyen a un control más efectivo de los mosquitos.
Experiencias realizadas durante la década pasada, han permitido establecer la eficacia del Bti para el control del paludismo en América Central.
El Bti ataca y destruye larvas de mosquitos, no así a las pupas ni a los adultos, gracias a una endotoxina producida por éste o por sus esporas. Inofensivos para otros organismos, su uso implica seguir ejemplos que ocurren en la naturaleza, aunque potenciados por técnicas desarrolladas por el ser humano. Posee alta especificidad contra las especies a la que va dirigida, no afectando a otras especies de insectos, peces, cangrejos, caracoles, vertebrados superiores o seres humanos; es biodegradable y hasta la fecha no se ha reportado resistencia de ninguna especie. Actualmente, se ignora el lapso de la persistencia útil del Bti en las aguas infestadas; aún faltan experiencias que funda-menten los esquemas exactos de los tratamientos acorde a la variadas condiciones ambientales y climáticas y demás. Sin embargo, constituye una de las pocas “armas” biológicas que permitirían controlar al mosquito.
En 1990, el equipo de investigación que dirige la Lic. Guidotti ha realizado experiencias en la ciudad de Paraná en los principales criaderos que se registraban: las cunetas urbanas. En la actualidad, está realizando estudios en laboratorio y a campo para establecer dosis adecuadas a ambientes acuáticos de la ciudad de Santa Fe, y experiencias para la liberación gradual del Bti, lo que tiende a incrementar la eficiencia en el control de mosquitos y a reducir costos y esfuerzos en su aplicación periódica.
La tarea pionera del Centro de Protección a la Naturaleza (CPNAT) Santa Fe, Argentina Hace casi dos décadas, exactamente el 4 de abril de 1978, el diario El Litoral de Santa Fe, publicaba un comunicado de prensa del CPNat, relacionado con la fumigación aérea antimosquito que había efectuado la Municipalidad local. Ya entonces, poníamos en conocimiento de la comunidad que esas prácticas resultaban obsoletas, de acuerdo con países que habían sopesado sus ventajas e inconvenientes. Dábamos cuenta además que, de acuerdo con fuentes extraoficiales, una extensión de aproximadamente 4.000 hectáreas de la ciudad, había sido virtualmente “rociada” con un cóctel de cien (100) kilos de DDT (clorado) y seiscientos (600) kilos de Parathión (fosforado), ambos de enorme toxicidad, carentes de selectividad y para peor, en el caso del primero, de elevado poder residual. En la actualidad, se encuentra prohibido su uso para cualquier aplicación en nuestro país. |
La ordenanza que no fue
El 5 de agosto de 1986, la CPMA elevó a las autoridades una detallada Propuesta para Campaña Antimosquito 1986/87. Luego de tres meses de trabajo interdisciplinario, los expertos en saneamiento, técnicos y ambientalistas nucleados en la CPMA, habían realizado un proyecto ejemplar basado en la participación vecinal, el uso de biocidas biológicos y el mejoramiento ambiental del municipio en general, que conjuntamente incidirían en una disminución drástica del mosquito, siempre y cuando las acciones propuestas comenzaran antes del 1 de octubre de ese año.
Días después, el 10 de setiembre, el Concejo Municipal sancionó la Ordenanza Nro. 493, en la que se disponía “adoptar la propuesta para la Campaña Antimosquito 1986/87 elaborada por la CPMA”. Pero cuando todo hacía suponer que las tareas comenzarían, el Ejecutivo municipal la vetó … exactamente el 1 de octubre, por no contar con crédito presupuestario disponible. Así las cosas, una semana después y ante insistentes reclamos de vastos sectores ciudadanos, el Concejo Municipal rechazó el veto por medio de la resolución 592/86 e insistió con el pedido de comenzar las tareas, cuestión que el DEM respondió con el silencio.
Sólo el tiempo y la toma de conciencia de los dirigentes permitió que, en la actualidad, el municipio realice la campaña usando compuestos químicos de relativa baja toxicidad (piretroides) y larvicidas biológicos (Bacillus thurigiensis), cuyas compras están fiscalizadas por Ecología Urbana. Además, firmó un convenio con la Universidad Nacional del Litoral en cuanto al seguimiento y detección de especies, a los fines de elaborar propuestas claras para el control. Y, a través del PLAN VERDE, se está concientizando a la población, en vecinales y escuelas, sobre las medidas de acción comunitarias.
Como consecuencia, nuestra entidad recibió innumerables denuncias acerca de la muerte de miles de alguaciles, mariposas y abejas, todo tipo de pájaros e insectos. Y en lo que respecta a salud humana, en la mayoría de las personas, la fumigación provo-có un malestar pasajero y en otras con mayor sensibilidad, fuer-tes náuseas, inflamación de los ojos y vías respiratorias, cuando no vómitos. Tampoco faltaron quienes sufrieron ataques de asma o reacciones alérgicas agudas.
A partir de allí, el CPNat jamás dejó de luchar y reiterar en forma permanente, las razones que los ambientalistas esgrimi-mos para oponernos terminantemente a las fumigaciones aéreas masivas, exigir la necesidad de realizar una campaña educativa a la población, difundir el peligro enorme que los biocidas conllevan para todos los organismos vivos, que incluye inevitablemente a los seres humanos. Además hemos divulgado, una y otra vez, la resistencia genética que desarrollan los mosquitos sobrevivientes a las fumigaciones, a lo que siempre hemos agregado propuestas de acción razonables para controlarlo, sin peligro para los demás seres vivos.
Resultan innumerables los artículos periodísticos que nuestra institución ha publicado en el vespertino local, para mejor comprensión de las autoridades responsables y de la ciudadanía en general, reiterando que cada vez que un decisor político anuncia una la fumigación aérea masiva, los santafesinos nos enfrentamos con una grave amenaza, no sólo para nuestra salud y el equilibrio ambiental, sino también a la destrucción biológica de los imprescindibles enemigos naturales del mosquito.
Y resulta destacable que, para luchar “desde adentro”, el CPNat integra activamente (y “ad honorem”), la Comisión Permanente del Medio Ambiente -CPMA-, creada en 1986 por Ordenanza N† 8.779, de la Municipalidad de Santa Fe.
ENTONCES…¿QUE PODEMOS HACER?
A nuestro modesto entender, la manera “ideal” consiste en la integración de métodos, con la aplicación de varias estrategias en forma simultánea, tales como evitar la contaminación, repoblar con predadores naturales y administrar fumigaciones terrestres controladas (o a mochila) – las que deberán ir disminuyendo con el tiempo- y fundamentalmente inocuas para las demás especies vivas. Ocupa un lugar importante, dentro de ese esquema, la participación de la comunidad utilizando sistemas de lucha activa (evitando los lugares con aguas estancadas, en especial) y lucha pasiva (telas mosquiteras en puertas y ventanas, ropa de algodón con mangas largas y colores claros, entre otras).
En síntesis, convendría aplicar:
a- un control integrado de plagas, con máxima eficacia y mínimo impacto ambiental, acompañado por
b- una efectiva campaña educativa para toda la población, en especial a los comunicadores sociales, con intenso apoyo de
c- los medios de difusión masiva, especialmente para horticulto-res y propietarios de instalaciones tales como piscinas, lavade-ros, gomerías, pozos y habitantes de zonas periféricas, donde hay cunetas, zanjones y demás focos potenciales, acerca del comportamiento a seguir, con el único fin de incrementar la eficacia en el control (no en la eliminación) del mosquito;
d- además, se debe comprometer la asistencia de entes oficiales y/o empresas privadas, para la realización de trabajos complementarios de la campaña, en épocas de máxima actividad, como limpieza de canales, cunetas, bocas de tormenta y fumigación terrestre controlada.
¿Qué podemos hacer individualmente?
INFORMARNOS, EDUCARNOS y ACTUAR como individuos responsables
– Eliminar probables lugares de cría y refugio, es decir, no dejar elementos que puedan retener agua, por pequeño que sea
– Cuidar empeñosamente a sus enemigos naturales, estimulando en cuanto sea posible su desarrollo
– Usar ropa adecuada: camisas y blusas de mangas largas y pantalones
– Colocar telas mosquiteras en puertas y ventanas
– Limpiar las malezas
– Desarrollar medidas de saneamiento básico como relleno y drenaje de zonas bajas
– Destruir posibles obstáculos que acumulen o dificulten el normal escurrimiento de aguas de lluvias
– Mantener limpios los terrenos baldíos próximos a nuestras viviendas
– Difundir lo que aprendamos, dando el ejemplo a partir de nuestras acciones
¿Qué podemos hacer comunitariamente?
INFORMARNOS, EDUCARNOS y ACTUAR como comunidad responsable
– Destruir posibles obstáculos que acumulen o dificulten el normal escurrimiento de aguas de lluvias
– Junto con las asociaciones vecinales y mediante acciones concretas y asesoramiento adecuado, mantener limpios los terrenos baldíos próximos a nuestras viviendas.¿Cómo contribuimos con la Municipalidad?
– Comunicando la acumulación de aguas temporarias y su necesaria canalización
– Solicitando la limpieza y mantenimiento de cunetas (tarea que también debieran asumir las vecinales por ser las directamente afectadas); de esta forma, se evita la acumulación de sedimentos para lo que debe realizarse el cuneteo en “V” o “avenamiento”
– Informando sobre la aparición de nuevos criaderos reales o potenciales, o denunciar la presencia de larvas en aguas estancadas.
*Dr. en Ciencias Biológicas. Investigador del CONICET y dirige la Unidad de Ecología de Reservorios y Vectores de Parásitos del Departamento de Ciencias Biológicas (Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires).
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